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Cómo poner una democracia en peligro

El Espectador

13 de noviembre de 2020 - 10:00 p. m.
La reticencia de Donald Trump para reconocer su derrota electoral, ante un inexistente fraude, causa un daño innecesario a la institucionalidad de EE. UU. / Foto: AFP
Foto: AFP - Michael Ciaglo

En democracia, mediante elecciones libres y transparentes, un candidato gana los comicios y el perdedor así lo reconoce. Salvo que existan pruebas serias de irregularidades. En Estados Unidos la reticencia de Donald Trump para reconocer su derrota electoral, ante un inexistente fraude, y aceptar de una vez que el presidente electo es Joe Biden, causa un daño innecesario a la institucionalidad. Su actitud autoritaria y populista debe servir como una lección sobre lo que no puede ser jamás la conducta de un demócrata. Con seguridad Trump terminará reconociendo lo evidente y aceptando que Biden es su legítimo sucesor, no tiene alternativa. Pero el daño ya quedó hecho y el precedente preocupa.

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Todo demuestra que no hay una sola prueba del fraude que Trump venía anunciando desde antes de las elecciones. La misma noche de los comicios, sin evidencia a mano, lanzó temerariamente su denuncia. Mientras el escrutinio continuaba en varios estados claves, este exigió y en algunos casos demandó para que se suspendiera el conteo. Dado que hubo más de cien millones de votos adelantados, buena parte de ellos por correo y provenientes de demócratas que tenían temor de hacerlo presencialmente por el COVID-19, el candidato republicano buscó dejar el tema en el limbo para que lo resolviera la Corte Suprema. Su jugada no funcionó.

Antes de que se definiera la contienda en Pensilvania, dos importantes grupos de observadores internacionales descartaron el fraude. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) dijo que la votación resultó “empañada por la inseguridad jurídica y los intentos sin precedentes de socavar la confianza pública”, manifestando que este tipo de denuncias sin evidencia “dañan la confianza en las instituciones democráticas”. De otro lado, la misión de observación de la OEA, en cabeza de su secretario general, Luis Almagro, expresó no haber “observado directamente ninguna irregularidad grave” y pidió a los candidatos que evitaran “especulaciones perjudiciales”, solicitando que “los candidatos actúen de forma responsable presentando y argumentando demandas legítimas ante los tribunales y no especulaciones infundadas en los medios”. Por último, una coalición de autoridades federales y estatales de Estados Unidos manifestó que las elecciones fueron “las más seguras de la historia” de EE. UU. y “no existen pruebas de que se hayan perdido o alterado votos durante el escrutinio”.

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Donald Trump conjuga varios elementos, dentro de su compleja personalidad, que explican lo que sucede. De su padre aprendió que solo hay ganadores o perdedores, y perder nunca es una opción. En su vida como empresario utilizó la figura de la demanda judicial en más de 4.000 ocasiones para amedrentar o buscar vericuetos legales a su favor. Sabe bien que la mejor defensa es el ataque y el matoneo, lo que ha hecho durante cuatro años de gobierno. Su estrategia ha sido tan exitosa, que se calcula que un 70 % de los más de 70 millones de personas que votaron por él creen en la teoría del fraude, a pesar de que no existe ninguna prueba al respecto. Ese es el efecto más pernicioso del populismo: repetir una mentira reiteradamente hasta que la misma termine aceptada como verdad por sus fanáticos seguidores.

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Todo indica que Donald Tump terminará reconociendo el resultado electoral, ante las evidencias en contrario a sus teorías conspirativas. Con ello alista su camino para volver a ser candidato en 2024, mientras se posiciona durante el próximo cuatrienio, a través de Twitter, como el principal opositor a Joe Biden. Lo expresó con gran claridad el analista Nicholas D. Kristof, en su artículo “Cuando un presidente sabotea su propio país”, al decir que, contrario a todo pronóstico, “la mayor injerencia en las elecciones estadounidenses no ha venido de Rusia o China, sino del mismo inquilino de la Casa Blanca, que ha sembrado confusión y desconfianza en el sistema”. Una lección para no olvidar.

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