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Los catalanes votaron —por lo demás con una participación superior al 77%, nunca vista para este tipo de elecciones—, pero la suerte de una posible secesión o el aseguramiento de su permanencia dentro de la unidad política española sólo han quedado pospuestos. Y dependerá en mucho de cómo cada quien maneje estos resultados.
Por lo pronto, cada quien canta victoria, aunque ninguno pueda reclamarla por completo. “Los catalanes han votado sí a la independencia”, dijo Artur Mas, líder de la coalición separatista Junts pel Si (Juntos por el sí), que consiguió 62 escaños del Parlamento, de 135 miembros. A su vez, el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, aseguró: “Quiero transmitir tranquilidad. Los partidarios de la ruptura nunca tuvieron el respaldo de la ley y no tienen el apoyo de la mayoría de la sociedad catalana”.
Sí, Junts pel Sí obtuvo una mayoría en el número de escaños, pero no tiene los votos suficientes allí y tendrá que buscar aliados para continuar con su proyecto de secesión, en particular con el grupo radical de izquierda Candidatura d’Unitat Popular (Candidatura de Unidad Popular, CUP), que ya ha expresado que se opone a que Mas sea el presidente del gobierno regional. De ahí que la victoria del independentismo sea apenas parcial, e incierto el poder definitorio de su triunfo este domingo.
Al final, ambos, separatistas y unionistas, deberían comenzar a reconocer que no cuentan con el suficiente apoyo para imponerse y que lo que indica la prudencia es prepararse para el diálogo hacia la hoja de ruta de lo que viene. Porque, aun cuando los independentistas no tengan la sartén por el mango, el mensaje que su victoria en las urnas ha lanzado sí ha sido suficientemente poderoso como para que el gobierno central pueda obviarlo o para que los unionistas crean que esta es una batalla que se puede ganar en los estrados judiciales porque la Constitución española no permite la separación de los territorios.
La política es la única que puede tener la respuesta. España comienza un proceso para recuperar a Cataluña o para reinventarse en el diálogo y los acuerdos entre los extremos. En ese sentido, la no definición categórica en estas elecciones es positiva para permitir ese acercamiento. El presidente Rajoy ha dado un primer paso al plantear un acercamiento con las autoridades catalanas, aunque continúa enfatizando y poniendo por delante —quizás le sea imposible plantear lo contrario, al menos de manera pública— el inamovible legal. No parece, empero, que sea momento de radicalismos, sino de nuevas respuestas a una relación entre los gobiernos autonómicos y el central que este resultado demuestra que no puede continuar tal cual. Los catalanes, en las urnas, han dado una oportunidad de hacerlo con mutuo entendimiento. Faltará ver si el liderazgo político español, también en renovación, es capaz de tramitarlo de esa manera. Ojalá sí.
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