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Construyendo la paz

En medio de los especiales noticiosos sobre el tema del diálogo con la guerrilla y la posible consecución de la paz por esta vía —la única, a nuestro juicio, correcta— el presidente de la República, Juan Manuel Santos, interrumpió ayer la señal televisiva para dar un discurso de media hora en el que le anunció al país el primer paso que se ha dado en el pedregoso camino hacia la paz.

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El Espectador
04 de septiembre de 2012 - 10:59 p. m.
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Pedegroso será, sí, pero también el ambiente para la paz es, al día de hoy, más favorable que nunca. Esto no solamente se ve en la disminución de la capacidad militar guerrillera, ni tampoco en la decisión de esta misma en meterse seriamente a un proceso distinto, sino se revela en el cuidado y hermetismo con el que se construyó la agenda que se presentó ayer para iniciar la fase de negociación. Seis meses se demoraron gobierno y guerrilla para llegar a un acuerdo de mínimos: qué van a discutir, cuáles son los puntos centrales de un diálogo, en dónde van a hacerlo, por cuánto tiempo, cuáles serán los principios rectores. La hoja de ruta es algo inimaginablemente importante: respetándose, paso a paso, se logrará llegar al final.

Santos luce mucho más realista que el expresidente Andrés Pastrana, ése mismo que, pese a su loable cometido, fracasó y generó —sin quererlo— un ambiente revanchista de eliminación militar que sobrevino exitoso por unos años. Llegó la hora de mirar la otra cara de la moneda, así los enemigos no se hagan esperar.

La sociedad debe rodear este proceso, por ser la principal afectada, pero también porque es de la única que depende la legitimidad entera de las negociaciones. Es por eso que los ciudadanos deben tener mucha paciencia a la hora de evaluar lo que viene: recordemos que no se ha decretado un cese al fuego, y la guerra, por ende, continuará, incluso probablemente más violenta.

Después de Santos, de manera coordinada, habló Timochenko, máximo líder de las Farc, en una especie de ‘toma y dame’ que, por ahora, resulta bastante provechoso. Los dos representantes de ambas partes, sociedad y grupos al margen de la ley, dieron sus puntos de vista ante la opinión pública. Cada una ostentando lo mejor de su estilo: Santos rodeado de militares y ministros y Timochenko con una foto del extinto Manuel Marulanda a sus espaldas.

Y así Timochenko luzca dogmático y convencido aún de lo que llama “lucha contra la oligarquía”, no queda otra opción que oírlo, ya que esas mismas posiciones constituyen la esencia de lo que reflejará en los eventuales diálogos. Y, eventualmente, en una futura participación política de la insurgencia, punto del acuerdo que habrá de negociarse. Perfecto, que traten de ganar adeptos para sus ideas con discursos y no a balazos.

A lo que hay que ponerle más atención es al cumplimiento irrestricto de la agenda. De acuerdo con el discurso de Santos, en ella se plantearon cinco puntos, a saber: desarrollo rural, que dicho en cristiano es repartir de forma más equitativa la tierra; garantías para la oposición política, un lastre en un país que ha llegado al extremo de eliminarla físicamente; el fin del conflicto de manera formal, para que haya una dejación total de las armas; el combate al narcotráfico, propulsor de la guerra desde todos los niveles; y, finalmente, un proceso de verdad y reparación a las víctimas.

Pese a que no menciona Santos el tema de la justicia, es dable a entender que el último punto de la agenda lo comprende: un proceso de justicia transicional, laxo como es de su esencia, pero que no permita la impunidad rampante, asunto que la sociedad no perdonaría.

Este diálogo, por las anteriores razones, luce diferente al de hace doce años. No es gratuito que la agenda ya esté fijada. Hay que tener mucha paciencia y ojos atentos. La escritura del siguiente capítulo del conflicto, que por 60 años ha azotado a Colombia, puede estar a la vuelta de la esquina.

 

Por El Espectador

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