Llegamos a una nueva conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, esta vez llamada COP28 y celebrada en la potencia petrolera de los Emiratos Árabes Unidos (en Dubái), con pésimas noticias. Cada cinco años, en el marco de esta Conferencia, los países, las empresas y la sociedad civil que son convocados por la ONU se reúnen con el objetivo especial de ver cómo vamos en el cumplimiento de los objetivos planteados para el 2030. Se hablará mucho, pero podemos adelantar la conclusión: no vamos bien. De hecho, vamos en un rumbo catastrófico. Se necesita con urgencia un alto en el camino, pero las tendencias geopolíticas globales dan poca esperanza de que ocurra. Mientras tanto, el rol de Colombia, que busca posicionarse como líder regional a punta de propuestas innovadoras, es quizás de lo poco celebrable en la antesala de lo que ocurrirá estos días.
No se trata de rendirse ante el catastrofismo apocalíptico, pero sí es un deber observar la realidad sin paliativos. En julio de este año, el más caluroso en la historia registrada de la humanidad, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, fue claro: “El cambio climático está aquí. Es aterrador. Y es apenas el comienzo. La era del calentamiento global ha terminado. La era de la ebullición global ha llegado”. En noviembre, Samantha Burgess, subdirectora del Servicio de Cambio Climático Copernicus, afirmó que se puede decir “casi con certeza que 2023 será el año más cálido jamás registrado”. Según el informe anual The Lancet Countdown on health and climate change, reseñado por El Espectador hace unos días, para 2050, la cantidad de personas que morirán a causa del calor aumentará cinco veces si la temperatura aumenta a 2 °C. Otro estudio del Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto Climático dice que la intensidad y frecuencia de las precipitaciones extremas aumentará más de lo que se creía antes con el cambio climático. Los efectos perversos los conocemos. Volviendo a la declaración de Guterres, el secretario dijo que “las consecuencias son claras y trágicas: niños arrastrados por las lluvias monzónicas; familias que huyen de las llamas; trabajadores que se derrumban en un calor abrasador”.
Por eso es frustrante, año tras año, llegar a las cumbres climáticas donde se hacen promesas y se anuncian comités evaluadores, pero no parece tener cabida la urgencia necesaria. En la descripción oficial del evento, la ONU dice que se trata de “una oportunidad crucial para tomar el rumbo correcto y acelerar la acción para afrontar la crisis climática”. Estamos de acuerdo, la pregunta es si la voluntad política estará sobre la mesa. Todos los ojos están sobre China, Estados Unidos e India, los principales contaminantes, y las naciones petroleras, que cada vez cobran más influencia en la diplomacia global. ¿Habrá acuerdos eficientes? ¿Y qué ocurrirá en las elecciones del año entrante en Estados Unidos, que amenazan con tirar por la borda cualquier avance en regulaciones ambientales?
En ese marco, Colombia llega con un diagnóstico claro y buenas ideas, al menos en el discurso. La ministra de Ambiente, Susana Muhamad, dijo que “los resultados del balance mundial son negativos. Pediremos con otros países un tratado de no proliferación de combustibles fósiles; lo que estamos llamando es que haya una transición de acuerdo con el cambio climático, que no genere una crisis económica, y esto eso requiere un tratado y un acuerdo internacional que sea complementario a la COP”. También se anunció un comité para evaluar el cambio de deuda por acción climática, una medida que beneficiaría mucho a países como el nuestro. Es necesario insistir en la tarea, aunque sea difícil. Se nos acaba el tiempo y el mundo tiene que reaccionar.
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