Criticar a “Timochenko” sí, pero no así

El Espectador
06 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
Los gritos, las protestas y las intervenciones en debates son suficiente herramienta para demostrarle a la FARC que le falta mucho trecho para ganarse la confianza de la ciudadanía.
Los gritos, las protestas y las intervenciones en debates son suficiente herramienta para demostrarle a la FARC que le falta mucho trecho para ganarse la confianza de la ciudadanía.

Comenzó su campaña a la Presidencia Rodrigo Londoño, alias Timochenko, excomandante de las Farc y máxima cabeza del partido político que surgió después del proceso de paz. El recibimiento por parte de la ciudadanía fue, como era de esperarse, de extremos: si bien se publicaron fotografías y videos donde se ve a ciudadanos abrazándolo y agradeciéndole su participación en la política, también se presentaron momentos en que fue abucheado, perseguido y agredido físicamente. ¿Qué limites debe tener el derecho a rechazar públicamente a personajes como él?

La elección de Génova, Quindío, como el lugar para iniciar la campaña de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC) no fue accidental. Como explicó el mismo Timochenko, “he decidido iniciar nuestra gira presidencial por Colombia desde el lugar donde comenzó nuestra gesta junto a Manuel Marulanda. Nos vemos en Génova, Quindío, el departamento donde nací, mi querida patria chica”.

Sin embargo, la experiencia en Quindío fue complicada. En varios momentos, el candidato estuvo acompañado de ciudadanos que le gritaban “¡asesino, genocida, guerrillero!”. Ese tipo de protestas, no sobra decirlo, son legítimas en una democracia, porque expresan el descontento de la población con la manera en que los exmiembros de las Farc decidieron reinsertarse en la sociedad. Deben acostumbrarse, entonces, a que a lo largo de su participación en política reciban respuestas similares.

Lo que no es aceptable son las vías de hecho. También en Quindío, los ánimos se calentaron hasta tal punto que las personas buscaban vulnerar físicamente al candidato. El vehículo en el que se movilizaba, por ejemplo, fue agredido: le estallaron las llantas y destrozaron varias partes del auto. Timochenko tuvo que salir escoltado por su esquema de protección y por el Esmad.

Es necesaria la pregunta: ¿qué clase de superioridad moral se expresa a través de este grado de violencia? Reducirse al nivel de este tipo de ataques, ¿no es precisamente fomentar el conflicto en el país? ¿Somos incapaces como sociedad de convivir políticamente con las ideas que repudiamos?

Por supuesto, los exguerrilleros todavía tienen cuentas pendientes con la justicia. Pero su compromiso con la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) es una esperanza tangible de que habrá, por lo menos, verdad y reparación. Si ellos dejaron las armas y están apostando por la democracia, ¿no debemos nosotros también desarmar nuestras actitudes?

Especialmente porque la agresión es innecesaria. Los gritos, las protestas y las intervenciones en debates son suficiente herramienta para demostrarle a la FARC que le falta mucho trecho para ganarse la confianza de la ciudadanía. Delira, por cierto, Timochenko al decir que la reacción de las personas en su contra se debe una campaña de “desprestigio” de los últimos 50 años. No, fue el actuar criminal y terrorista de la guerrilla el que le ganó ese desprecio. Cuanto antes los líderes de la FARC acepten eso, podrán empezar a cambiar ese imaginario.

La última vez que la izquierda radical de la exguerrilla intentó participar en la democracia, fue aniquilada. No podemos permitir que ocurra lo mismo. Debemos comenzar por abandonar las vías de hecho, que sólo le aportan leña al fuego que durante tantas décadas lleva ardiendo en Colombia.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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