
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La calle fue convocada y habló esta semana en Colombia. Más allá del mero conteo numérico, que muestra que salieron más opositores que oficialistas, el mensaje principal fue de agotamiento con el abuso del instrumento. No fue, como pretendía el Gobierno de Gustavo Petro con su fanfarria, su retórica y su reto al programar una manifestación el mismo día que la oposición, un triunfo para las reformas presentadas. La participación más bien escuálida frente a la Casa de Nariño no salió bien parada en contraste con la capacidad de convocatoria que tenía el Petro candidato. No hubo tampoco, al día siguiente, un levantamiento del pueblo contra el supuesto “dictador”, como de manera irresponsable un sector de la oposición intentó realzar su protesta. De lejos se vio, más bien, a dos fuerzas políticas en campaña mostrándose los dientes. Sugerimos un cambio de estrategia.
El balcón del presidente Petro se quedó sin un propósito claro. En su discurso, argumentó a favor de sus reformas, pero más que nada siguió fomentando la falsa dicotomía entre un pueblo oprimido y una oligarquía que pretende evitar los cambios. Y no es que no haya mucho de verdad en ambas afirmaciones ni que ciertamente el país esté la espera de un cambio, pero así no es como se tramitan las reformas en un espacio plural y democrático.
El mensaje al Congreso no fue nada sutil: o se aprueban las reformas como las presentó la administración o vendrán más marchas. Esa actitud agresiva, con su llamado inflamable a que el pueblo se levante, enrarece las discusiones en el Legislativo. Más allá de las maromas retóricas de Presidencia para defender el acto, haber convocado marchas desde el poder se sintió más como un capricho con tintes electorales, en busca de un enemigo que le permita victimizarse. ¿Es esa la mejor manera de gobernar al país?
Lo que terminó pasando es que a las calles llegaron las posiciones más extremas. En la marcha de la oposición no sobraron los gritos de “dictador” y la retórica de un sector de la derecha que se vuelve cada vez más radical. No ayuda, claro, que el presidente y sus aliados hayan pasado todos estos días publicando en sus redes las versiones indefendibles de las marchas, como la persona que usó la esvástica nazi, para estigmatizar a todo el movimiento opositor.
El espejismo está en creer que el país está en las calles, cuando la abrumadora mayoría no salió. Interpretar esa ausencia es entrar en especulaciones que no pretendemos hacer, pero sí nos lleva a insistir en una idea: ¿no será que lo que necesita el Gobierno es más conciliación y menos arengas, construir menos enemigos y tender más puentes? ¿O acaso tiene la cabeza más en las elecciones de octubre? ¿O tan poco confía en la solidez de sus propuestas que necesita a quién echarle la culpa si las cosas salen mal? Si la decisión va a ser seguir peleando en redes y fomentando la radicalización, nos esperan meses muy difíciles.
Le decíamos aquí al Congreso, hace unos días, que tiene que estar a la altura de la ambición histórica que se le presenta con las reformas. Lo mismo le repetimos al Gobierno y, cómo no, a la oposición, aunque ninguno parece abierto a escuchar los clamores de moderación. Este debería ser el momento de un diálogo entre las fuerzas políticas, de discusiones juiciosas en el Congreso, de entender cuáles reformas son posibles y deseables y cuáles no; en suma, de trabajar todos por el cambio que los colombianos pidieron, pero con ánimo incluyente y no impuesto con un radicalismo aplastante desde un poder que es de todas formas transitorio.
¿De qué sirvieron las marchas? Cada sector dirá que para mucho, pero esta Colombia convulsionada y cansada se nos antoja que desea un liderazgo que dé resultados y no uno que busque mantenernos peleando para beneficio de sus intereses políticos particulares.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
Nota del director. Necesitamos de lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.