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De sanciones y linchamientos

El Espectador

03 de agosto de 2018 - 09:00 p. m.

Uno de los debates más importantes sobre libertad de expresión y sanción social que el mundo no está dando tiene que ver con las redes sociales y los incentivos que crean para que nos comportemos con mentalidad de turba. Un caso reciente, relacionado con un director de cine en los Estados Unidos, puso en evidencia la aparente incapacidad de tener conversaciones complejas sobre las consecuencias de los discursos ofensivos. ¿Debemos purgar para siempre a las personas que han cometido errores?

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Hasta hace unos días, James Gunn era uno de los directores de Hollywood más codiciados. Gracias a él, Marvel, filial de Disney que viene dominando el mundo desde hace una década con películas de superhéroes, lanzó la franquicia de Guardianes de la Galaxia. Las dos entregas hicieron más de mil millones de dólares en taquilla y se consolidaron rápidamente como parte de los personajes más icónicos de los Vengadores. Gunn se encontraba en proceso de escribir y dirigir la tercera entrega de la serie.

Sin embargo, un autoproclamado “activista de ultraderecha” publicó una serie de 16 tuits que Gunn escribió entre el 2009 y el 2012, en los cuales hacía chistes que involucraban pedofilia, violaciones y situaciones muy crudas. El objetivo del activista era que el director fuera despedido.

Aunque Gunn ya había pedido disculpas varios añas atrás por su humor ofensivo, aceptando que había estado equivocado y que desde entonces había “crecido como ser humano”, y pese a que los actores de Guardianes de la Galaxia firmaron una carta manifestando su apoyo al director y dando fe de sus calidades como persona, Disney lo removió de su cargo. “Las actitudes y declaraciones ofensivas (de Gunn) no tienen defensa y son incoherentes con los valores de nuestro estudio”, escribió Alan Horn, director de Walt Disney Studios.

La turba en redes sociales, enardecida por los tuits, celebró esto como el triunfo de la sensatez. No se trata, además, de la primera vez que una persona ve cómo su reputación y su carrera se ven sepultadas por la indignación colectiva. En Colombia lo hemos visto también. Y aun así queda un sabor amargo con toda la situación.

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No se trata de entrar a defender lo dicho por Gunn: los discursos claramente tienen consecuencias y el mismo director repudia sus viejos chistes. La pregunta más interesante es: ¿cuánto arrepentimiento es necesario para que perdonemos, como sociedad, los errores pasados? ¿Hay posibilidad de redención? ¿O la guillotina de la opinión pública debe poder cortar cualquier cabeza que considere ofensiva, incómoda o incorrecta?

El problema de fondo es que las turbas digitales, por su propia naturaleza, son irreflexivas, incapaces de estudiar cada caso con todas sus complejidades. No estamos hablando lo suficiente sobre cuáles son las sanciones adecuadas para quienes ofenden, ni cómo evitamos salir a quemar —y para siempre— las reputaciones de cualquier persona que haya cometido un error. La lógica de lo viral no tiene tiempo para ser responsable; su voracidad exige “justicia” y castigo.

A medida que seguimos volviéndonos un mundo digital, nuestras sociedades deberían empezar a tener conversaciones más profundas sobre este tema. De lo contrario, seguiremos operando de manera maniquea, sin entender el mundo en sus complejidades.

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