
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Colombia está plagada de símbolos de la violencia, homenajes que perduran como recordatorio de una cultura que todavía ve con cierta admiración la ilegalidad; edificios que son cicatrices y heridas abiertas. Ahora que hablamos de pasar la página, de construir un nuevo país, hay que apoyar los proyectos que busquen demoler estos espacios y erigir, en su lugar, apuestas por la memoria y por el reconocimiento de las víctimas.
Hablamos, en particular, de todos esos monumentos que los narcotraficantes levantan en sus épocas de más poder; mansiones, edificios, espacios diseñados para enviar un mensaje claro: aquí mandamos nosotros y hacemos lo que se nos antoja. Tal vez no hay ejemplo más emblemático de este fenómeno que el edificio Mónaco, de Medellín.
Localizado en Santa María de los Ángeles de El Poblado, en el sur de la capital antioqueña, el Mónaco fue el lugar de residencia de Pablo Escobar y donde estalló el primer carro bomba del país, en 1988. Una vez dado de baja el narco y realizada la extinción de dominio, el edificio pasó a ser propiedad del Estado, pero los problemas perduraron. En el 2000 fue víctima de otro carro bomba y, más recientemente, es una de las paradas obligadas de los “narcotours”. El Mónaco sigue siendo, entonces, símbolo de la tragedia que fue Pablo Escobar para Colombia.
Por eso, es de celebrar que por fin la Alcaldía de Medellín haya obtenido la propiedad sobre el Mónaco y que su decisión sea demolerlo. Esta semana, el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, acompañado del ministro de Justicia (Enrique Gil Botero) y el de Defensa (Luis Carlos Villegas), le dieron martillazos a la estructura del edifico. La promesa es que antes de final de año ya no quedará resto del que fue el centro de operaciones de Escobar.
Queremos dejar atrás ese pasado de violencia y mostrar la nueva Medellín, la demolición significa el cambio”, dijo Villegas. Por su parte, Gutiérrez explicó que la demolición “era una deuda histórica con las víctimas y los vecinos, quienes por años han soportado la llegadas de turistas en busca de leyendas falsas”. Además, dijo, “el crimen organizado va a caer como caerá este edificio”. Esperamos que así sea.
Sobre los escombros del Mónaco se construirá un parque como homenaje a los policías y civiles que cayeron en la guerra contra el narcotráfico de los 80 y principios de los 90. Este gesto, nos parece, es el más adecuado en un país que apenas se está empezando a sacudir su complicidad cultural con el narcotráfico.
La demolición no se trata de borrar el pasado. Para Colombia no es útil olvidar de donde viene y por lo que ha pasado. Pero cuando se permite que persistan los “frutos” del narcotráficos, estas estructuras ostentosas y llenas de historia violenta, se le está dando rienda suelta a quienes admiran la cultura de la ilegalidad y creen que sí vale la pena hacerse rico sin importar los costos.
Cambiar estos monumentos a la maldad por homenajes a las víctimas es la única manera de dar la batalla por una memoria que recuerde el dolor y se comprometa a no repetirlo.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.