Se trata, en efecto, de una pieza de la ya conocida literatura de las Naciones Unidas, llena de transcripciones de otros textos, eufemismos, corrección política y prácticamente casi nada nuevo. Valga la excepción de los Objetivos del Desarrollo Sostenible, que llegaron al texto gracias a la participación de Colombia, pero que no escapan a la particular fraseología multilateral.
Cabe preguntar cuál es el mensaje político de fondo de esta menos sonora conferencia ambiental. Para algunos críticos es la entrada en sociedad del ‘capitalismo verde’, que parece más un ambientalismo pragmático y pretendidamente sin ideología, en torno a un supuesto consenso sobre el crecimiento económico, que resulta ser un fin en sí mismo y no un medio para alcanzar el bienestar. Con esta renovada retórica, la urgencia estaría más del lado del desarrollo que de la sostenibilidad ambiental.
Este fin pragmático es positivo en principio, porque traslada los debates a un foco que no había sido explorado: el crecimiento económico. Pero las buenas intenciones sobre los grandes problemas del mundo, de nuevo —y por enfocarse sólo en este punto en específico—, quedan aplazados para posterior desarrollo.
Es todo un nuevo ambientalismo pragmático que nace, pero no sin problemas. He aquí su limitación política.
Mientras los gobiernos firmaban el acuerdo, en las calles y redes los movimientos sociales se distanciaban profundamente. Se anuncia así, en medio del renovado crecimiento económico, la probabilidad de un futuro de conflictos socioambientales generalizados. Igualmente sorprendente —y frustrante para los conocedores— es que el llamado acuerdo denota un incontrovertible divorcio entre las ciencias ambientales y la política.
En efecto, hace escasos meses finalizaba en Londres Planeta Bajo Presión, el más importante evento científico de la historia sobre el cambio ambiental global, y cuyo mensaje es contundente: los humanos hemos pasado los límites biofísicos dentro de los cuales la sostenibilidad ambiental pregonada en Río 92 todavía era posible, y hemos entrado de lleno en la era del riesgo ambiental planetario.
¿Por qué si la ciencia ya ha hablado, nadie parece estar escuchando? Tal vez por su falta de corrección política este mensaje no llegó a Río+20. El nuevo ambientalismo oficial, alejado de lo social y a espaldas de la ciencia, seguirá desafiando los umbrales de estabilidad y salud ecológica del planeta.
Porque hoy, más que un desarrollo sostenible para sostener la economía, se requiere un desarrollo prudente para sostener el planeta, espacio natural de toda economía posible. ¿Es este el futuro que queríamos todos? Imperfecta, sin duda, la gobernanza de los bienes comunes planetarios.