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Dinámica política

Al expresidente Andrés Pastrana le oímos formular, el año pasado apenas, una pregunta que giraba en torno a su relación con el también expresidente Álvaro Uribe: “¿Cómo puedo estar yo cercano a un movimiento que en su lista (tiene) al primo hermano de mi secuestrador y su apoderado?”.

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El Espectador
22 de enero de 2014 - 11:00 p. m.
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Contundente con su propia pregunta, se respondió luego a sí mismo: “Es un imposible”. Pero ni tanto. Ahí lo vimos haciendo milagros este lunes: una foto con su nuevo amigo, con el que históricamente ha tenido diferencias en la manera de concebir un país (y la forma de gobernarlo), sonriendo, compartiéndole sus preocupaciones sobre esta nación y sus ciudadanos.

Y el también expresidente Uribe (que se montó en el poder y se mantuvo en él pregonando hacer todo lo contrario de su predecesor), por su parte, siguiendo por ese sendero de coherencia ideológica, publicó en su activa cuenta en Twitter los temas de los que hablaron: vastos, casi infinitos en su contenido, una mezcla entre propuestas y deseos que iban desde “la eliminación de los auxilios parlamentarios (mermelada)”, hasta el deterioro de la seguridad o la crisis de la drogadicción juvenil. Todo cupo.

Todo cabe, de hecho. ¿O cuál es la razón para que estos dos enemigos políticos, que harta esquizofrenia han generado en el país con sus riñas públicas, estén juntos ahora, preocupados por Colombia? Y si a eso vamos, ¿sí estarán preocupados por Colombia? Todo cabe, todo vale. En la política de este país (justo antes de elecciones) importa poco la coherencia o la ética. Importa es esto. Que se reúnan Pastrana y Uribe y se tomen una foto, mostrándose unidos en su oposición frente al Gobierno, el del ministro estrella de ambos, que hoy es presidente de Colombia. Increíble.

Siendo más específicos, ellos se oponen al proceso de paz entre guerrilla y Gobierno que se adelanta en La Habana, Cuba. El uno por la traición que supuso a sus banderas de seguridad y no concesión frente a las Farc. Y el otro porque, dice, los colombianos no dieron un mandato para ello. Lo que lo convierte, también, y dentro de esta lógica, en una traición, en este caso al electorado. Puede ser. Pero, ¿por qué tenemos que estar obligados a ser testigos de esto?

Por una riña en contra de un gobernante —tal vez por el proceso de paz o quizás más bien por las responsabilidades del fallo de La Haya en el Caribe que tanto les preocupa a este par de expresidentes— no pueden salir ahora, de amigos, a confundir a las personas que de alguna forma se identifican ideológicamente con ellos. Esa es una muestra patente de la fragilidad de nuestras ideas y lo mucho que en nuestro escenario político los hombres están por encima de ellas.

Hablan de traición los dos, pensando acaso que la ciudadanía no se da cuenta de que están contradiciéndose a sí mismos. Sólo por un rédito electoral o por una alianza común en contra de alguien que ahora ven como una amenaza cuando antes era el gran compañero de batallas e ideologías.

El mensaje es terrible. Sin embargo, no creemos que este hecho pase inadvertido. Un mal cálculo político, en realidad, si es que le querían sacar provecho. A ninguno de los dos le conviene la reconciliación ideológica con el otro. Bien polarizado estaba el país (y mucho por la guerra ideológica entre ellos dos y las ideas que representan) como para que este hecho no sea sancionado socialmente. La política, dinámica, sí, pero debe ser coherente también, y no al vaivén de las circunstancias.

Por El Espectador

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