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Si hablando se resuelven los problemas, como lo había pedido el presidente Juan Manuel Santos, Nicolás Maduro se demoró demasiado en bajarles el volumen a sus peroratas y tomar medidas para quitarle presión a la crisis. La reunión de Quito, aunque no obtuvo todos los resultados deseados, demostró que la diplomacia es el camino adecuado para volver a encarrilar la relación bilateral. De esta manera es como se arreglan las cosas entre países hermanos: buscando soluciones conjuntas sin violar los derechos humanos de personas humildes ni las normas del derecho internacional.
Hizo bien Juan Manuel Santos en anunciar antes de su viaje que no esperaba demasiado del encuentro en Ecuador. Dado el enrarecido ambiente que se venía respirando por las constantes cortinas de humo desde Caracas, la prudencia era la mejor consejera. De acuerdo con lo que se ha filtrado, el diálogo fue franco y directo, lo que permitió que los dos mandatarios, flanqueados por los presidentes Rafael Correa y Tabaré Vázquez, pudieran llegar a un primer texto de siete puntos que se convierte en la hoja de ruta a seguir. Hoy en Caracas los dos equipos ministeriales, con el acompañamiento de Ecuador y Uruguay, deben llegar a acuerdos que permitan reabrir pronto la frontera, clarificar los hechos e impedir que se vuelva a presentar una situación similar a la vivida en las últimas semanas.
El retorno inmediato de los embajadores, una investigación sobre la situación de la frontera, la mencionada reunión de los equipos de ministros que debe conducir a la progresiva normalización de la situación en la frontera, el respeto por los dos modelos políticos y económicos, entre otras cosas, son los resultados tangibles. ¿Qué —vale la pregunta— los diferencia de otros alcanzados en el pasado y que al final no se cumplieron? El último punto —la continuidad del acompañamiento por parte de Ecuador y Uruguay— va a ser la póliza de garantía para que las palabras no se las lleve el viento y que, si hay demoras, incumplimientos o mala fe en adelante por alguna de las partes, haya un tercero, en este caso dos, que puedan demostrar de qué lado está la razón.
Que el ideal hubiera sido la total e inmediata reapertura de la frontera nadie lo pone en duda. Hubiéramos querido que el mandatario del país vecino reconociera su responsabilidad en la grave situación humanitaria que generó con las violentas deportaciones, expulsiones y desplazamientos. Pero hay que entender que este tipo de problemas no se solucionan de manera tan expedita ni con la aceptación de culpas por parte de quien ha generado el problema. En especial —y sobre esto hay que ser claros— cuando los reales motivos por parte del gobierno de Venezuela están dirigidos a adjudicar a Colombia la responsabilidad de todos sus males. De ahí que se deba esperar un poco más a que las aguas se decanten y vuelvan a su cauce.
Mientras tanto, a nivel internacional, quedan como testimonio las gestiones adelantadas por la canciller, entre ellas la visita del secretario general de la OEA, lo mismo que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización, a la frontera. Esta última deberá presentar pronto un resultado preliminar que deberá ayudar a disipar dudas. También, las reuniones con el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, así como con altos funcionarios de la ONU encargados del tema de los derechos humanos, refugiados y migraciones. En diplomacia los resultados son a mediano y largo plazo, es decir, que hay tela para cortar a futuro. Por lo pronto, ha jugado su papel.
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