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Dólar en picada

Después de unos meses de relativa calma, de buenas noticias, de celebración podría decirse, las autoridades económicas colombianas deben afrontar un problema recurrente: la caída del dólar, la apreciación de la moneda local.

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El Espectador
29 de enero de 2012 - 11:00 p. m.
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En lo ocurrido del año, el dólar ha perdido casi 6% de su valor con respecto al peso, alarmando a los exportadores y a muchos industriales que ven amenazada su competitividad por el espectro (y la realidad) de una moneda cada vez más sobrevalorada. A finales de la semana, los empresarios colombianos le pidieron casi unánimemente al Gobierno que hiciera algo. Ojalá pronto.

Las causas de la súbita caída del dólar tienen un origen global. Las perspectivas de un estancamiento prolongado y, por lo tanto, de unas tasas de interés cercanas a cero en los países desarrollados —la Reserva Federal de Estados Unidos ya anunció que no tocará la tasa de interés hasta finales de 2014—, han impulsado a los inversionistas a buscar destinos más rentables.

El sentimiento de los inversionistas ha cambiado. Muchos de ellos parecen ahora menos temerosos de salir en busca de mejores oportunidades en las economías emergentes, lo que ha ocasionado un flujo creciente de dólares. Con consecuencias previsibles: las monedas locales se han apreciado significativamente en varios países latinoamericanos. Este año, el dólar ha caído más de 5% en Chile, México, Brasil y Colombia.

Las autoridades económicas han insinuado que las posibilidades de acción son limitadas o incluso nulas, han mencionado, nuevamente, las dificultades de lidiar con un fenómeno global por medio de las precarias herramientas domésticas. El sentido de urgencia de los empresarios contrasta con el de resignación del Gobierno. Los primeros piden acción, los segundos, paciencia. Mientas tanto, muchos analistas han vuelto a hablar de las posibilidades de una enfermedad holandesa, esto es, del marchitamiento de la industria y otros sectores tradicionales como consecuencia de la abundancia de dólares asociada a los sectores de petróleo y minería.

¿Qué hacer entonces? Al menos lo obvio. El Banco de la República debe ser mucho más cauteloso con el aumento de las tasas de interés y mucho más activo con sus intervenciones en el mercado cambiario. Además, el Gobierno y el mismo Banco deben estudiar, nuevamente, la posibilidad de imponer algún tipo de controles o impuestos a los flujos de capital de corto plazo. Muchos analistas llaman la atención sobre la ineficacia de estas medidas, ya intentadas sin mucho éxito en otros países. Pero sea lo que sea, si una política es simplemente inocua, poco se pierde con intentarse. Y algo, sin duda, puede ganarse.

Más que subsidios directos a los exportadores, el Gobierno debería seguir promoviendo el aumento de la competitividad general. La complacencia no debería hacernos perder de vista los problemas de nuestra infraestructura, de la baja calificación de nuestra mano de obra, etc. La economía ha tenido un buen comportamiento. El optimismo es entendible. Pero los beneficios de esta bonanza podrían ser efímeros si no se enfrentan los problemas de fondo y se permite que la revaluación destruya o afecte irreversiblemente buena parte de nuestro aparato productivo.

En fin, las autoridades económicas deberían hacer algo para combatir la revaluación. La resignación no puede ser la única respuesta.

Por El Espectador

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