El daño que le ha hecho el presidente Donald Trump al comercio mundial y el riesgo de una recesión económica son efectos directos de su desacertado criterio. La estrategia, que le sirvió en su actividad privada, no le ha funcionado como esperaba. La incertidumbre que condujo al desplome de la bolsa, las pérdidas presentadas en el mercado de bonos y la caída del dólar lo obligaron a revertir su decisión. Muchos países negociarán ahora con un Trump más débil. Sin embargo, el agravamiento de la guerra comercial con China mantiene la incertidumbre mundial.
El ocupante de la Casa Blanca acostumbra a jugar muy fuerte en el mundo de los negocios privados. Con su actitud agresiva, amenazas y aprovechándose de su poder, logra doblegar al adversario. Esa forma de actuar, incluso por encima de la ley, no le sirvió como esperaba durante el primer mandato. Ahora, con mayor poder, quiere rehacer el mundo. En lo político, ha logrado algunas concesiones con Panamá, pero su deseo de comprar Groenlandia y el de terminar en pocos días la guerra de Rusia contra Ucrania no han tenido efecto. Su propuesta de incorporar a Canadá solo ayudó a fortalecer la oposición a los Estados Unidos en ese país.
En lo comercial se viven los mayores problemas. El gobernante del país que abanderó el libre comercio desde 1945, que diseñó las instituciones económicas, financieras y comerciales que venían rigiendo, viró hacia el ultraproteccionismo con una guerra de aranceles que no se veía desde hace un siglo. Su objetivo de recuperar una economía sana, que según él estaba en crisis, y bajar la inflación, está logrando lo contrario.
El panorama se torna cada vez más incierto, mientras se espera un diálogo urgente con China. Es el camino. Quien generó este innecesario problema debería actuar en consecuencia y dar el primer paso hacia la negociación. En un mundo globalizado, como el actual, cualquier decisión apresurada puede tener un efecto inmediato, usualmente para mal. En este caso, la decisión irracional de entrar en conflicto con todos los países tras la imposición de aranceles, a pesar de las voces sensatas que advirtieron sobre los efectos indeseables, conduciría hacia una recesión de proporciones incalculables.
Otra de las consecuencias indeseadas para sus intereses es acercar a China a países que tradicionalmente han sido aliados de Estados Unidos. La Unión Europea, que se ha resentido por decisiones de Trump en materia de seguridad y ahora por la imposición de aranceles elevados, se está planteando mirar hacia otras partes del mundo, comenzando por Beijing. Algo similar podría suceder con los países de América Latina, donde ya existe una muy importante presencia China. Esto no debería dejar de lado la consideración cierta de que el régimen del país asiático no respeta la democracia y tiene graves problemas de violación a los derechos humanos.
Desde que Donald Trump anunciara el “día de la liberación”, desatando la guerra comercial, pasaron apenas tres días para darse cuenta de que su estrategia había tenido un efecto bumerán, lo que lo forzó a una tregua con la mayoría de los países afectados, mientras mantiene el pulso con China. Este último país parece estar mucho mejor preparado que Estados Unidos para la confrontación. La racionalidad y el sentido común, poco común en la actual Casa Blanca, deberían primar en este momento.
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