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El presidente estadounidense, Donald Trump, sigue dando señales de ser un líder autoritario cayendo en el desespero. La semana pasada se le vio cabizbajo cuando, el sábado, llevó a cabo un mitin político al que asistieron muchísimas menos personas de las esperadas. La economía, que había sido su motivo de orgullo, sigue de capa caída. Los casos de coronavirus están disparados, subiendo el número de muertes. Y ahora hay que incluir un despido que tiene al circuito judicial de Nueva York en alerta.
En Estados Unidos, los fiscales responden a la Rama Ejecutiva. El presidente nombra al fiscal general directamente y este tiene poder sobre los fiscales en todos los estados. Sin embargo, en un país construido en torno al Estado de derecho y la independencia judicial, durante muchos años ha regido el respeto por la autonomía de las investigaciones que los fiscales adelantan. Eso, sin embargo, ha cambiado con la presidencia de Trump y la influencia del fiscal general, William Barr.
El viernes, en un comunicado extraño, Barr dijo que “aceptó” la renuncia del fiscal del distrito sur en Manhattan, Geoffrey Berman. Sin embargo, eso fue una mentira: Berman no había renunciado y lo dijo públicamente. Cuando esto ocurrió, Barr dijo que lo estaban despidiendo.
No hubo razones para el despido, por lo que se despertaron suspicacias. La oficina de Berman fue la que procesó a Michael Cohen, abogado de Trump condenado por haberle mentido al Congreso y haber cometido fraude con los fondos de la campaña que llevó al magnate a la Presidencia. Además, los fiscales neoyorquinos también están adelantando investigaciones contra Rudolph Giuliani, abogado personal de Trump, así como otros socios del presidente.
Entonces, de la nada, el fiscal general elegido por Trump despide a un fiscal que estaba adelantando investigaciones contra las personas cercanas al presidente. Esto, en una administración que en el pasado ya ha tenido problemas de obstrucción a la justicia, como lo dejó en evidencia el reporte de Robert Mueller.
No hay otra manera de ponerlo: estas son tácticas autoritarias. Si bien Barr tenía el derecho de despedir a Berman, lo que muchos juristas expertos han dicho en Estados Unidos es que hay un claro interés por entorpecer los procesos. El mensaje que se envía es terrorífico: quien se atreva a investigar al presidente o a sus aliados estará en riesgo de perder su puesto. Esas son las mismas estrategias que los gobiernos populistas en varios lugares del mundo utilizan para evitar problemas y desprestigiar a sus opositores.
No es lo primero ni será lo último que haga Trump en este año electoral. Las encuestas, hasta ahora, arrojan una victoria de Joe Biden, candidato demócrata y exvicepresidente de Estados Unidos. Las protestas en las calles por el racismo estructural están creando una gran coalición de fuerzas para evitar la reelección del presidente. Por eso, contra las cuerdas, apela a los peores instintos del electorado. ¿Veremos, estos meses, el ocaso de un patriarca que se soñó invencible?
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