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¿Cómo nos escuchamos mejor hoy?

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24 de diciembre de 2025 - 05:00 a. m.
Durante muchos años, el lugar común de que en la mesa de comida no se habla de religión, política ni temas sensibles se ha convertido en una excusa para no conectar. El problema es que el silencio es cómplice de la división.
Durante muchos años, el lugar común de que en la mesa de comida no se habla de religión, política ni temas sensibles se ha convertido en una excusa para no conectar. El problema es que el silencio es cómplice de la división.
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Queremos interrumpir por un día el vertiginoso debate de las noticias nacionales. Sabemos que hay varios temas entre el tintero, en particular la declaratoria de emergencia económica, que no dejaremos pasar en estos días, pero nos parece importante aprovechar que hoy es un día de encuentro de las familias colombianas para que hagamos una reflexión más pausada. En vísperas de unas elecciones a Congreso y Presidencia que prometen estar marcadas por los discursos hostiles, la polarización y el catastrofismo, en medio de un mundo que enfrenta amenazas existenciales, ¿qué podemos hacer para que los momentos de compartir que se celebrarán en todo el país sean, también, aportes a la paz y la sana convivencia?

El primer campo de cualquier batalla política es la propia familia. Por supuesto, estamos generalizando, pues hay tantos tipos de familias y tan diversas configuraciones, que no sabemos cuál sea la situación particular de cada uno de nuestros lectores. Hay también quienes pasan estas fechas en soledad, ya sea por elección o por obligación, y no somos ajenos a las cargas que fechas como la de hoy generan sobre la salud mental de quienes pasan por momentos complejos. Sin embargo, independientemente de la situación, es una oportunidad para la reflexión en un país herido por los odios y la intolerancia. Por eso mismo hay que empezar por entablar puentes con quienes tenemos más cerca.

Durante muchos años, el lugar común de que en la mesa de comida no se habla de religión, política ni temas sensibles se ha convertido en una excusa para no conectar. El problema es que el silencio es cómplice de la división. El precio que se paga por evitar incomodidades es no poder entender al otro en sus complejidades ni reconocer que los debates más profundos sobre qué hacer con Colombia requieren conversaciones difíciles. Al contrario, las mesas de encuentro en días como hoy son tierra fértil para hablar y escuchar. Eso último es clave: no se trata de pontificar, de dar un discurso político buscando que los otros se plieguen a una postura particular, sino de conversar para entender los miedos, los sueños y las necesidades de los otros. Si el objetivo es aplastar al otro y cerrar la puerta a cambiar de parecer, entonces sí se vuelve preferible el silencio.

El mundo moderno está diseñado para aislarnos en burbujas ideológicas. Los algoritmos se han vuelto tan eficientes en aislarnos de posiciones contrarias, que nos convencieron de la superioridad de nuestras creencias. Las redes sociales nos entrenaron en que debatir implica la derrota del contrincante y nos arrebataron la posibilidad de un diálogo que sea más provechoso. El problema es que eso hace que la democracia sufra, que las instituciones pierdan su capacidad de acción y que los discursos populistas y facilistas, sin importar su origen, tengan impacto. La única vacuna que tenemos contra la desinformación y los autoritarismos es la posibilidad de encontrarnos con los demás en su humanidad. Si hoy no lo vemos como una oportunidad para hacer precisamente eso, ¿entonces cuándo? Todas las personas que trabajamos en El Espectador les deseamos unas muy felices fiestas.

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