Colombia está en guerra. El diagnóstico no es nuevo, por supuesto, ya que no hemos dejado de estar en conflicto a pesar de los esfuerzos de todos los gobiernos y del histórico Acuerdo de Paz con las FARC en 2016. Sin embargo, desde que Gustavo Petro, presidente de la República, llegó a la Casa de Nariño, es la primera vez que su administración parece haber cambiado de tónica. La mano abierta con la que llegó el Gobierno del cambio ha sido reemplazada por una fuerza pública que viene dando resultados contundentes en las últimas semanas. Desde su cuenta de X, el mandatario reconoce que su generosidad con los proyectos de paz total permitió la reorganización y el fortalecimiento de los grupos criminales. ¿Servirá la nueva ofensiva para mejorar la seguridad y la presencia estatal?
El discurso lo es todo. Para la muestra, un ejemplo doloroso. El Petro candidato presidencial dijo en 2021 que “a los tres meses de ser presidente se acaba el ELN en Colombia porque se hace la paz”. Lo intentó, con una delegación de paz construida para llegar a un acuerdo histórico con la guerrilla, pero la respuesta fue la intransigencia. Ahora, esta semana que termina, el presidente usa otros términos: “A mí no me interesa el fracaso total, me interesa la paz total. La guerra es el fracaso total. Pero mi amor personal y estratégico por la paz no debe tomarse como ingenuidad. Se equivocan si lo piensan”, dijo. Y agregó que la guerrilla eligió el camino de la crucifixión.
Entre una y otra declaración pasaron dos años y medio de gobierno, con un Ministerio de Defensa concentrado en erradicar la corrupción, pero con pocos resultados operacionales, un aumento en la presencia de los grupos criminales en el país, una crisis en el Catatumbo e insolencias públicas contra el presidente de criminales como Iván Mordisco, . El mandatario tardó en darles la razón a quienes desde un principio le recordaron una realidad aprendida con sangre: si el Estado no hace valer su fuerza, los diálogos de paz no avanzan y los ceses al fuego se convierten en obstáculos para las autoridades. Muy a pesar de Colombia entera, el presidente llegó a hacer la paz, pero terminará su mandato haciendo la guerra. Lo forzaron a que así fuera.
El problema es que el conflicto mutó. Los criminales ya no están (todos) en la selva, sino que viven rodeados de población civil, sin camuflado, con fuertes lazos con la criminalidad local. Sus luchas son entre ellos, sus objetivos no son políticos sino financieros: controlar las rutas del narcotráfico, obtener la complicidad de las autoridades regionales y ser dictadores de sus parcelas del territorio nacional. Ante eso, nuestro Ejército y Policía tienen retos estratégicos, de inteligencia y capacidades. Colombia está en guerra, pero no es la misma guerra y la frustración entre los ciudadanos es evidente.
Son bienvenidas, entonces, las noticias de estas semanas. Al cierre de esta edición, Carlos Fernando Triana, director general de la Policía Nacional, anunció la captura de alias Robledo, cercano a Mordisco. El líder del Estado Mayor Central está cercado. Hace unas semanas fue dado de baja el Paisa y hay por lo menos 20 criminales muertos. Pedro Sánchez, ministro de Defensa, resumió la nueva posición del Gobierno: “La paz es posible, pero no se mendiga”. Así es: sin seguridad no hay diálogos posibles.
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