El presidente de Chile, Gabriel Boric, llevó a cabo una minicumbre de muy alto nivel a la que asistieron los jefes de Estado o de Gobierno de Brasil, Colombia, España y Uruguay, bajo el lema: Democracia siempre. La propuesta de Boric es muy conveniente, pues la defensa de la democracia debería ser un ejercicio diario en todos los países del hemisferio. El énfasis de esta imprescindible tarea debe dirigirse a todos los regímenes que atentan contra la institucionalidad democrática, sin importar las preferencias ideológicas. Es de esperar que en futuras reuniones se pueda contar con una mayor participación de líderes internacionales.
En la convocatoria, firmada por los cinco asistentes, se destacó el hecho de que “no basta con evocar la democracia ni hablar en nombre de ella: debemos fortalecerla, renovarla (…) defender la democracia exige que seamos capaces de condenar las derivas autoritarias”. En un mundo en transición, donde la mayoría de sus habitantes viven bajo regímenes autoritarios o totalmente autocráticos, es indispensable levantar la voz para defender los estándares democráticos, que incluyen la defensa de los derechos humanos, elecciones libres y transparentes, abogar por la libertad de expresión, la lucha contra la pobreza, garantizar la equidad y defender la libertad de empresa.
El presidente Boric, con su tradicional coherencia, mencionó que “no podemos negar la legitimidad del otro”. Tiene razón. Si la polarización y la confrontación son pan de cada día en el escenario político, con clara manifestación en las Américas, no se debe caer en discursos de odio. Además de Boric y Gustavo Petro, el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el uruguayo Yamandú Orsi y el español Pedro Sánchez mencionaron, en un encuentro con la sociedad civil, un “nuevo consenso de Washington antidemocrático” impulsado por la extrema derecha y la necesidad de actuar en conjunto entre las izquierdas para combatir el crimen organizado, la desinformación y el calentamiento global. Hace un año, en Naciones Unidas, Lula y Sánchez organizaron un encuentro similar en Nueva York, con una pobre convocatoria. Para el año entrante, en Madrid, se espera la asistencia de la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, y los primeros ministros de Canadá, Mark Carney, y del Reino Unido, Keir Starmer.
Estos postulados del progresismo, que abanderan los cinco presidentes, deben ser aplicados no solo a escala internacional, sino especialmente en el ámbito interno. El ejercicio diario del poder requiere el debido respeto por la oposición política o de aquellos que no necesariamente estén de acuerdo con sus propuestas. Al respecto, Gabriel Boric señaló que “la democracia no le teme al disenso (…) reconoce la divergencia de opiniones como parte esencial de la vida política y la democracia”. ¿Lo cumplen los cinco presidentes?
Poner en evidencia a regímenes de ultraderecha que vulneran la democracia y desconocen el respeto de los derechos humanos es indispensable, pero la condena de esas “derivas autoritarias” no puede restringirse solo a señalar a los regímenes autoritarios que están al otro lado del espectro ideológico del progresismo. Asumir una posición firme frente a la ultraderecha, y sus nocivos ejemplos, choca con frecuencia frente a la barrera de tomar actitudes similares contra dictaduras de izquierda. En el caso de Colombia, sería de esperar que el presidente Petro, por coherencia en la defensa de la democracia y los derechos humanos, además de evitar los discursos estigmatizantes contra sus opositores, utilizara los mismos parámetros para deslegitimar a regímenes como los de Cuba, Nicaragua, Venezuela o Rusia, para citar algunos casos. ¿Lo hará?
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