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Las descalificaciones del presidente Gustavo Petro a las personas con las que no está de acuerdo abrieron un debate interesante sobre libertad de expresión que debe leerse en dos niveles. El primero, normativo, tiene que ver con los límites de lo que puede y no puede decir un servidor público, y más un presidente de la República, sobre quienes lo critican. El segundo, ético, se pregunta por el tipo de lenguaje que debería emplearse, incluso si está permitido. Un juez de tutela en primera instancia decidió sobre lo primero, pero nos parece que en la Casa de Nariño es necesaria una reflexión sobre el segundo componente. No todo vale al referirse a quienes están en la contienda política.
El caso enfrenta al presidente Petro con la Asociación Colombiana de Empresarios (ANDI) y su director, Bruce Mac Master. De un tiempo para acá, el mandatario ha expresado sus molestias con el gremio de empresarios, a quienes ha acusado de todos los males, de sentirse agredidos porque las personas más vulnerables están obteniendo victorias, e incluso ha llegado a acusar de golpe de Estado. En el marco de las filtraciones del excanciller, Álvaro Leyva, el presidente pidió respuestas de Mac Master por haber sido mencionado, a pesar de no haber pruebas de que esté involucrado en conspiración alguna. Sin embargo, la pelea jurídica surgió en otro contexto.
En una publicación en su cuenta de X, el presidente Petro escribió: “Estos empresarios son del grupo empresarial antioqueño, compuesto por buenos empresarios, pero también por gente que defiende a Hitler y el genocidio en Colombia. Por eso la ANDI de Bruce Mac Master, dominada por el sindicato, se lanzó para destruir el gobierno, por literal odio étnico, y a defender el esclavismo y atacar la dignidad de los trabajadores”. Es decir, en pocas frases el mandatario asocia a los empresarios con Adolf Hitler, los acusa de defender el genocidio, de tener odio étnico, de defender el esclavismo y de atacar la dignidad de los trabajadores. Una cosa es estar molesto porque el gremio no apoya respuestas puntuales, otra es destruir por completo su reputación y, peor aún, asociarlo con crímenes históricos. En el aspecto retórico, se trata de la completa anulación del contrincante, de su legitimidad para hablar. ¿Así debe comportarse un presidente que dijo representar a todos los colombianos? Y la pregunta de siempre: ¿qué pasaría si un presidente de derecha hiciera lo mismo, pero refiriéndose a la izquierda de la que hace parte el actual mandatario?
La ANDI entuteló al presidente, pero la Casa de Nariño se defendió diciendo que “palabras como ‘esclavismo’ y ‘odio étnico’ fueron utilizadas como recursos lingüísticos propios del debate ideológico, y no como imputaciones literales o delictivas”. En primera instancia, un juez estuvo de acuerdo. El argumento es que, como no hay una calumnia, sino un recurso retórico, el presidente Petro está ejerciendo su libertad de expresión. La pregunta que persiste, sin embargo, es si debería expresarse de esa manera.
No pretendemos que el presidente Petro silencie sus opiniones; por supuesto que no. Tampoco que pierda la vehemencia que lo llevó a la Casa de Nariño. No obstante, su rol de mandatario le exige, cuando menos, respeto por sus opuestos y, ante todo, prevención antes de caer en estigmatizaciones tan peligrosas. Son mínimos de comportamiento: tal vez alguien opuesto a la reforma laboral no lo hace por esclavismo ni mucho menos por apoyar al genocidio, sino porque cree que no es la mejor manera de construir empleo digno para todos. En campaña política, los radicalismos dan réditos fáciles, pero le hacen mucho daño al país como proyecto conjunto en el que debemos aprender a convivir en medio de las diferencias.
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