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Al leer los editoriales que dedicamos este 2024 al presidente de la República, Gustavo Petro, o a la estrategia más general del Gobierno, una palabra sigue apareciendo: ambivalencia. Mes tras mes, nos encontramos con la confusión que produce una Casa de Nariño que tiene mensajes contradictorios a la hora de proponer la implementación de sus cambios. El problema es que los resultados saltan a la vista: el año termina con el presidente en modo populista y combativo, sin muchos resultados para mostrar, mientras que su necesitada ley de financiamiento se hundió y varios de sus proyectos estrella no tienen buen futuro en el Congreso.
Si el año entrante termina siendo, como hemos predicho, un momento clave para la consolidación del legado de la presidencia de Petro, el 2024 podrá recordarse como el tiempo perdido en medio de escándalos y enfrentamientos. En el 2023, la coalición de gobierno, que había aprobado una ambiciosa reforma tributaria, se despedazó mientras el mandatario decidió atrincherase en un grupo de servidores leales a su causa, pero con pocos resultados en ejecución. El 2024 empezó con la promesa de un cambio de tono y más conciliación, pero la administración Petro se tropezó con sus propios disparos en el pie.
Tal vez nada muestra más la ambivalencia mencionada que la estatura moral del Gobierno. El presidente Petro, quien hizo su carrera como senador de la mano de sus valientes denuncias anticorrupción, ahora tiene una larga lista de servidores en medio de investigaciones o fuertes cuestionamientos. El extraño aterrizaje de Armando Benedetti en la Casa de Nariño, con bombos y platillos pero sin mucha claridad sobre sus funciones, ha hecho que el discurso del presidente pierda legitimidad. No es lo único. El ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, renunció en medio del escándalo creciente de corrupción en la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres. Mientras la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia no le muestren al país lo que han encontrado, las dudas seguirán acompañando el trabajo de la Casa de Nariño.
Eso no quiere decir que no haya triunfos para el presidente. Su ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, lideró la reforma al Sistema General de Participaciones que promete modificar la asignación de recursos para las entidades territoriales. La reforma laboral y la de salud también siguen con vida, aunque no es claro que el año entrante tengan la misma suerte. En medio de tanto escándalo, el manejo macroeconómico del país ha dado buenos resultados en cifras de inflación y desempleo. Son atisbos de lo que todavía puede conseguirse si hay un cambio de estrategia.
Pero, entonces, volvemos a la ambivalencia. En su peor versión, el Gobierno es dogmático, sectario, secuestrado por escándalos y liderado por los resentimientos tuiteros de sus funcionarios, presidente incluido. En su mejor versión, reformas ambiciosas logran aprobarse con amplio apoyo gracias a la disposición de diálogo con los opuestos. Hemos insistido en que esa sea la estrategia, pero en un año preelectoral puede que los peores instintos del presidente se sigan manifestando. Sería una lástima, porque la oposición parece también atrincherarse en la intransigencia para obtener réditos políticos. Se acaba el tiempo para el cambio prometido, ¿se aprenderán las lecciones del 2025?
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