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Más allá de las selfis sonrientes que han compartido algunos mandatarios que llegaron la semana pasada a Brasil, el ambiente en la Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30) es lúgubre. Lula da Silva, presidente anfitrión, utilizó su discurso para lanzar una defensa apasionada de la necesidad de reforzar la cooperación internacional y las inversiones para acercarnos a la descarbonización de las economías, pero sus palabras también denotan el cansancio de reconocer que los países más ricos parecen tener la atención puesta en otros lugares. Estados Unidos, el gran ausente, no está dispuesto a colaborar con las promesas pactadas hace una década en el Acuerdo de París. Los otros grandes contaminadores se la pasan entre la ambivalencia y el desinterés, mientras la Unión Europea muestra que se quedó sola en las conversaciones diplomáticas sobre la emergencia climática.
La COP30 empieza en forma este fin de semana en Belém, Amazonia brasileña, pero esta semana ya hubo reuniones de alto nivel entre las delegaciones de los Estados. También se sintieron las ausencias. Los líderes de cuatro de los cinco principales responsables de la emergencia climática decidieron no asistir, a pesar de los esfuerzos de Da Silva por hacerles invitaciones personales y directas. Donald Trump fue un paso más allá, pues Estados Unidos no envió ni siquiera una delegación. China, India y Rusia participan con funcionarios de menor nivel, mientras que la Unión Europea, en claro contraste, sí envió a la plana mayor de sus primeros ministros y presidentes. Solo Europa parece apostarle al multilateralismo, mientras que las otras potencias globales siguen demostrando que el nuevo orden internacional toma decisiones lejos de la ONU y sus iniciativas.
Fue la misma ONU la que se encargó, días antes de las primeras reuniones, de recordarnos el terrible diagnóstico. En su “Informe sobre la brecha de emisiones” dice que el umbral de 1,5 grados Celsius se superará “al menos temporalmente” y que ahora la conversación ha cambiado. El secretario, António Guterres, lo puso en los siguientes términos: “Nuestra misión es sencilla, pero no fácil: hacer que cualquier superación sea lo más pequeña y breve posible”. Es decir, hay pocas razones para el optimismo.
Mientras tanto, el liderazgo político suramericano apuntó hacia Estados Unidos. Da Silva dijo que “en un escenario de inseguridad y desconfianza mutua los intereses egoístas inmediatos se imponen al bien común a largo plazo”. El presidente colombiano, Gustavo Petro, repitió su postura: “La ciencia anuncia el colapso si Estados Unidos no se mueve hacia la descarbonización de su propia economía”. Gabriel Boric, el chileno, agregó que “el presidente de Estados Unidos en la última Asamblea General de la ONU dijo que la crisis climática no existe... Y eso es mentira”. Sin embargo, mientras la Casa Blanca esté controlada por el negacionismo, es muy difícil que el mundo avance en la dirección correcta.
Dentro de las opciones limitadas hay señales para rescatar. China se comprometió por primera vez a reducir sus emisiones, aunque lejos de los niveles necesarios. Brasil está fomentando la creación de un fondo para pagar la protección de las selvas tropicales. También estaremos pendientes de los compromisos que anuncien los países para alcanzar las metas de 2030. El gran interrogante es: con las crecientes crisis sociales y la escasez de recursos, ¿cómo se logrará un camino razonable y justo a economías descarbonizadas sin causar más sufrimiento? El objetivo sigue claro: evitar los peores efectos del desastre, así el camino esté lleno de muchos interrogantes.
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