Para entender la degradación de la diplomacia internacional en el marco del escándalo por el retiro de la visa de los Estados Unidos al presidente Gustavo Petro, podemos empezar por el final, lejos de los actores principales. El fin de semana, Daniel Quintero, quien busca ser el candidato presidencial del Pacto Histórico, dijo que él estaba dispuesto a entregar su propia visa en apoyo al mandatario. En respuesta, Christopher Landau, vicesecretario de Estado de los Estados Unidos, escribió: “¡A la orden!”, acompañando el mensaje con una señal al estilo de Batman y la leyenda “el quitavisas”. A ese nivel de inmadurez, ligereza y agresividad se han reducido las relaciones del Gobierno de los Estados Unidos con el Gobierno de Colombia y sus copartidarios. Un desastre.
El presidente Petro, como comentamos ayer, está en campaña. Lo demostró este fin de semana. Ante la noticia de haber perdido la visa, su actitud fue de hostilidad; una oportunidad más de afianzar su relato de “ellos” contra “nosotros”. No hubo ni un instante de reflexión. Sí, es verdad que el Gobierno que le retira la visa es el de Donald Trump, un autócrata que además ha mostrado su desinterés por trabajar con la administración colombiana actual. Sin embargo, también es verdad que al presidente Petro le retiraron la visa por una violación clara de los mínimos diplomáticos: pedirles a los soldados de otro país que desobedezcan órdenes de su comandante en jefe.
Vale la pena una analogía. Si un presidente estadounidense estuviera en Bogotá para un encuentro de la OEA y luego saliera a las calles, con megáfono en mano, a pedirles a los soldados colombianos que desobedezcan al gobierno colombiano, ¿cuál sería la reacción? ¿Qué diría el mismo presidente Petro? Es, en esencia, un asunto de respeto mínimo. También se trata de una consideración de estrategia diplomática. En su fin loable de llamar la atención global sobre el genocidio en Gaza, el presidente Petro concentró los reflectores en él, en su actuar irresponsable y en su pelea casi personal con el Gobierno estadounidense. ¿Y los intereses de los colombianos? ¿Y los lazos económicos y culturales entre los dos países? ¿Y la posibilidad de persuadir a más aliados, incluso dentro del Gobierno de Estados Unidos, para la causa palestina? Todo eso se pierde cuando el discurso público se asemeja a las lógicas de la red social X.
No se trata de censurar al presidente Petro ni de pedir que no se abogue por Palestina. Esa no es la discusión. La diplomacia y las relaciones entre países son complejas, requieren manejos cuidadosos y sobre todo con base en el respeto. El mandatario colombiano pidió cambiar la sede de la ONU de Nueva York, pero la sanción en su contra no fue por el discurso en la Asamblea ni por sus posturas sobre el genocidio, sino por abogar en las calles por la insurrección dentro de las fuerzas armadas de un aliado. Insistimos: lejos del apasionamiento que producen apellidos como Trump y Petro, que un presidente actúe de esa forma no pone los intereses de Colombia por delante.
Eso no quiere decir que la Secretaría de Estado de los Estados Unidos pueda intervenir en la política colombiana según sus caprichos. La respuesta de Landau está fuera de lugar, así como la constante desinformación que el secretario Marco Rubio ha difundido sobre, por citar un ejemplo, el fallo contra el expresidente Álvaro Uribe. La diplomacia estadounidense tuvo la razón en exigir respeto por lo ocurrido en las calles de Nueva York, pero debería hacer lo mismo con los asuntos internos de nuestro país. Necesitamos más diplomacia y menos dinámicas de la red X.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.