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Nicolás Maduro es un dictador. Es necesario recordarlo ante las maromas retóricas que tantas personas en Colombia y el mundo hacen para no aceptar lo obvio. No solo eso: su régimen ha cometido crímenes de lesa humanidad, perseguido a la oposición, creado un conflicto armado interno en su territorio mediante el empoderamiento de grupos paramilitares y de guerrilla colombianos, y utilizado sus recursos petroleros para atornillarse en el poder. Todos vimos cómo se robó las elecciones ante los reclamos internacionales. El Premio Nobel de Paz entregado esta semana a María Corina Machado reconoce, principalmente, eso: la negación de la democracia en Venezuela y la urgencia de que retorne.
Entendemos la resistencia que produce Machado por sus posturas políticas y por la complacencia que ha tenido ante la intervención por fuera de las normas de los Estados Unidos en el Caribe y eventualmente en su país. Sin embargo, que ese sea el relato que queda del Premio Nobel es, cuando menos, deshonesto y, ante todo, peligroso. ¿Acaso ya olvidamos que la oposición venezolana fue saboteada una y otra vez en el camino a las elecciones de 2024? ¿Dónde están los comprobantes de las votaciones que el régimen de Maduro dijo que iba a publicar? ¿Por qué Edmundo González, electo presidente, terminó condenado al exilio? ¿Por qué Machado tiene que vivir en la clandestinidad a pesar de que ha apostado por la construcción de la democracia? Todos los caminos llevan a la cobardía de Nicolás Maduro. Hasta la Corte Penal Internacional (CPI) tuvo que irse del país ante la falta de colaboración del régimen. Quienes defienden que el chavismo siga en el poder lo hacen desde la ceguera ideológica, por intereses burocráticos o por recibir beneficios directos del régimen.
El presidente del Comité Noruego del Nobel, Jorgen Watne Frydnes, fue claro al decir que Maduro “debe aceptar los resultados electorales y renunciar a su cargo. Debe sentar las bases para una transición pacífica hacia la democracia, porque esa es la voluntad del pueblo venezolano. María Corina Machado y la oposición venezolana han encendido una llama que ninguna tortura, ninguna mentira y ningún miedo podrán apagar”. También recordó que diversas organizaciones internacionales, entre esas la citada CPI, han denunciado a “un régimen que silencia, acosa y ataca sistemáticamente a la oposición”. La crisis de los refugiados venezolanos por el mundo fue causada por la vulneración de la democracia y los derechos políticos y por la instauración del terror como moneda de cambio.
Ante esa realidad, la posición del presidente de Colombia, Gustavo Petro, resulta cuando menos ingenua. En estos días dijo que “el Gobierno de Maduro debe entender que la respuesta a una agresión externa no es solo un alistamiento militar sino una revolución democrática”. Le está pidiendo peras al olmo, discurso que contrasta con los dientes que muestra cuando es momento de denunciar atropellos a la democracia en otras partes del mundo. Nuestro país también ofreció ser refugio del dictador si hay un cambio de régimen. La larga historia de Colombia defendiendo el derecho al asilo se debe mantener, por supuesto, pero ante este déspota la oferta tendría que hacer parte de un gran acuerdo internacional, con el apoyo de varios países y organizaciones, y que en efecto garantice que la democracia regresa a Venezuela. Todo eso no ocurrirá si el chavismo se sigue aferrando a su vileza y la defensa de la democracia se relativiza.
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