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La barbarie no es justicia ni remedio contra la impunidad

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16 de noviembre de 2025 - 05:00 a. m.
La violencia solo engendra más violencia, así los populistas digan lo contrario. Necesitamos reducir la impunidad, sí, pero no glorificando la venganza.
La violencia solo engendra más violencia, así los populistas digan lo contrario. Necesitamos reducir la impunidad, sí, pero no glorificando la venganza.
Foto: El Espectador
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Pensar que los humanos somos seres racionales se presta, a menudo, para que olvidemos que también vivimos a merced de nuestras emociones. La ira y el miedo son piezas esenciales de la experiencia de existir en un mundo hostil, doloroso y trágico. En cualquier momento, dadas las condiciones propicias, nos sumergimos en la barbarie y el descontrol. Es fundamental recordarlo porque, en medio de este cambio de paradigma global que estamos viviendo, vemos con suma preocupación la popularidad de los videos que se publican en redes sociales fomentando la justicia por mano propia —“paloterapia” la llaman y la celebran—.

Esta semana, un hombre que conducía en estado de embriaguez arrolló a varios motociclistas y en seguida fue perseguido por más de 200 de ellos que lo encontraron, lo golpearon y lo mataron. No faltó la justificación de esa reacción violenta, ni tampoco quienes la celebraron. En ese frenesí de sangre y furia van quedando sepultadas las posibilidades de una sociedad capaz de convivir y resistir a sus peores instintos.

En la economía de la atención en la que vivimos gracias a las redes sociales, la moneda que más fácil se intercambia se llama “ira moral”. Los algoritmos adoran despertarla en las personas para mantenerlas pegadas de la indignación, que interpretan como búsqueda de la justicia. No toda ira moral es negativa, por supuesto: la única manera de mejorar las condiciones de un mundo desigual es identificando dónde estamos fallando y movilizándonos a la acción. El problema es que los seres humanos perdemos el control con facilidad. La ira, en su versión más extrema, nos convence de discursos maniqueos entre “buenos” y “malos”, nos promete que la solución fácil es la violencia y la venganza, y nos justifica el actuar en contra de los otros de manera, a falta de una mejor palabra, “inhumana”. El problema de entregarse a la barbarie se resume en una frase que ha sido atribuida a múltiples autores a lo largo de la historia, pero más famosamente a Gandhi: “Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”.

El caso de Mauricio Cendales Parra, de 35 años, lo demuestra. Cendales, manejando en estado de embriaguez, cometió múltiples crímenes al arrollar a varios motociclistas. Un acto a todas luces censurable y que requería la intervención de la justicia. Sin embargo, en medio de la ira, unas 200 personas lo persiguieron, lo agredieron y lo asesinaron. Ahora ellas son cómplices en un acto también terrible y deplorable. ¿Y qué se logró? ¿De qué sirvió la muerte de Cendales? ¿De qué sirve el duelo que tendrá que cargar toda la vida su familia? ¿Y las familias de los motociclistas que sean procesados por haberse convertido en asesinos? ¿Para qué tanta desazón? ¿Qué tiene eso de “justicia”?

Las instituciones de justicia que hemos construido en las democracias liberales, aunque claramente repletas de fallas, están diseñadas para que la sociedad en su conjunto no se entregue a las emociones en caliente ni caiga en la crueldad de la barbarie. La violencia solo engendra más violencia, así los populistas digan lo contrario. Necesitamos reducir las ofensivas tasas de impunidad, sí, pero no podemos permitir que nuestra sociedad caiga en la glorificación de la venganza. La ira nos convence a todos de que somos justicieros, pero nos oculta que esa es la fórmula para el caos y el desastre.

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