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Federico Gutiérrez, alcalde de Medellín, se puso la gorra de crítico de arte. Posición que no le corresponde a ningún servidor público. Al justificar las razones para mandar a tapar un grafiti que enaltecía los recientes hallazgos de cuerpos en La Escombrera, dijo que hay “quienes simplemente quieren generar caos y poner fea y sucia la ciudad”. Al argumentar que el espacio público se debe mantener “limpio y bonito”, muestra, cuando menos, un desconocimiento de la importancia de la libertad de expresión y un rasgo autoritario problemático. ¿Qué tiene de “feo” el reclamo público por la justicia y el reconocimiento? Los mandatarios no pueden censurar a su antojo los clamores de los ciudadanos.
El lío ocurrió por un mural del colectivo Mujeres Caminando por la Verdad. En él decía “Las cuchas tenían razón”, haciendo referencia a las mujeres que llevan más de dos décadas exigiendo justicia por los abusos de poder ocurridos durante la Operación Orión. Es un resultado directo de los hallazgos de la Jurisdicción Especial para la Paz, que recibió los pedidos de las víctimas para encontrar restos humanos en La Escombrera. Durante todo ese tiempo, las mujeres fueron estigmatizadas e ignoradas por gobiernos locales y nacionales. La propia administración de Federico Gutiérrez contrató un estudio internacional que dijo que no había motivos para excavar en ese terreno. Por eso, el grito con los primeros restos encontrados fue uno: “Las mujeres tenían razón”.
A eso hacía alusión el mural que se elaboró en Medellín. Era una crítica directa al entonces presidente Álvaro Uribe, pero también a todas las administraciones que no hicieron lo necesario, incluida la de Gutiérrez. Más que eso, era un reconocimiento a su lucha y a tantos años de desprecio por su búsqueda. Por eso, que sea ese mismo alcalde quien ordenó borrarlo deja un muy mal sabor de boca. Peor aún son sus explicaciones.
“Una cosa es el grafiti como expresión artística, ejemplo lo que se ha logrado en la Comuna 13 y en otras zonas de Medellín”, señaló Gutiérrez, y “otra cosa muy diferente es el desorden y quienes simplemente quieren generar caos”. Es un pésimo síntoma que un servidor público crea que puede determinar cuál es una expresión artística y cuál es un supuesto atentado al orden. Peor aún que a una clara crítica social, que busca reivindicar a las víctimas, se le tilde de “fea” y “sucia”. Esa tendencia a restringir la libertad de expresión, a crear patrones estéticos arbitrarios, no tiene otra palabra que censura.
Era necesario tomar en cuenta varias consideraciones: la cercanía del anuncio de nuevos hallazgos en La Escombrera, el dolor de las personas involucradas, la importancia de un discurso que reclama reconocimiento en medio del espacio público. El arte también es protesta; los grafitis son un mecanismo utilizado por las poblaciones vulnerables para llamar la atención de la ciudadanía. Mientras siguen muchas preguntas en torno a quiénes están enterrados en ese basurero de Medellín y por qué terminaron allí, mientras la búsqueda de personas desaparecidas sigue en curso, que la Alcaldía silencie un discurso muestra un afán por evitar que se expongan verdades dolorosas. En vez del diálogo, se busca un arte inofensivo, limitado al espacio que le autorice el Estado. Así no funciona la crítica. “Las cuchas tenían razón”, es momento de que sean escuchadas.
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