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La elección de la embajadora Laura Gil Savastano como la primera colombiana y mujer secretaria general adjunta de la Organización de Estados Americanos (OEA) es un logro significativo para la diplomacia del país. Se trata de una persona con una amplia trayectoria en la academia, como profesora y analista en temas internacionales, que ha colaborado con diversos medios de comunicación y, durante la actual administración, se desempeñó primero como viceministra de Asuntos Multilaterales en la Cancillería y, hasta ahora, como embajadora de Colombia en Austria, donde ha defendido un cambio de paradigma en la política de drogas ante la ONU y una visión de política exterior centrada en los derechos humanos, el multilateralismo y la equidad de género.
El cargo que desempeñará Gil es el segundo en importancia en la OEA. Su labor está vinculada a temas internos de la organización: la planeación de las actividades y el funcionamiento de los órganos políticos como la Asamblea General, el Consejo Permanente, entre otros. Aunque fue postulada por el gobierno de Colombia, como ella misma lo recalcó, sus futuras obligaciones son independientes de su nacionalidad y, como tal, le corresponde acatar los mandatos que adopten los 34 países que conforman la OEA, así como trabajar de manera coordinada con el electo secretario general, el surinamés Albert Ramdin. Así, que una colombiana tenga un puesto de liderazgo en la organización nos beneficia a todos, es un triunfo de Estado, antes que de un gobierno, y no debe leerse desde el maniqueísmo de las pasiones políticas.
La OEA ha tenido una importancia especial para Colombia desde su creación en 1948, en Bogotá, y su primer secretario general fue Alberto Lleras Camargo. En 1994 fue nombrado el entonces presidente César Gaviria, bajo cuya administración se adoptó la Carta Democrática Interamericana, un instrumento que debe ser no solo preservado, sino fortalecido por la nueva administración. Temas como el respeto y promoción de la democracia y los derechos humanos en países con regímenes autoritarios como Venezuela, Nicaragua o Cuba deben continuar siendo aspectos centrales. No se pueden asumir posiciones blandas ni complacientes.
Pero el autoritarismo también existe en las democracias. Otro reto de la organización es el gobierno Donald Trump y su postura frente a la región. Hablamos del trato dado a personas que se encuentran en Estados Unidos en condición migratoria irregular, las detenciones arbitrarias y la violación de sus derechos humanos. Más de 200 personas han sido deportadas sin debido proceso a una cárcel de máxima seguridad en El Salvador. Acierta la colombiana Juanita Goebertus, directora de Human Rights Watch: “Las deportaciones a El Salvador cumplen la definición jurídica de una desaparición forzada”. Esta situación, sumada a las amenazas a la soberanía territorial de Panamá, Canadá y México, también miembros de la OEA, deberían ser consideradas en la organización.
En este contexto, donde, como lo hemos señalado en este mismo espacio editorial, Estados Unidos ha privilegiado el uso del poder duro, el matoneo y el desprecio por el orden internacional liberal basado en normas, instituciones y derecho, la elección de una diplomática como Laura Gil adquiere aún más relevancia. Frente al giro autoritario, el multilateralismo necesita liderazgo, rigor y voces capaces de torear a los poderosos desde dentro de las organizaciones.
La embajadora Gil deberá asumir sus funciones el 17 de julio. Le deseamos éxitos en su desempeño, como lo ha hecho con anterioridad en las distintas actividades que ha desarrollado.
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