
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La ligereza con que algunas voces en Colombia piden una intervención militar de Estados Unidos en Venezuela muestra, cuando menos, un desconocimiento de las lecciones de la historia de nuestra región; y, en el peor de los casos, una complicidad preocupante con un presidente estadounidense que no tiene reticencias para abusar de su poder y silenciar a todo el que se le oponga. Sí, el régimen de Nicolás Maduro es dictatorial y le ha hecho mil trampas a la democracia de su país, pero es muy peligroso tirar por la borda la soberanía y las reglas del derecho internacional creyendo que viene un salvador desde el norte.
A lo largo de los años de la deriva autoritaria del chavismo, en El Espectador hemos reportado ampliamente los abusos de poder en el país vecino. Tanto en nuestras páginas informativas como en los espacios de opinión hemos sido defensores de la democracia y hemos denunciado los crímenes que ha cometido el régimen de Nicolás Maduro contra la oposición. En las pasadas elecciones, que Edmundo González ganó con holgura, fuimos vehementes en exigir la transición democrática del poder y en cuestionar las mentiras de la dictadura. También criticamos la ambivalencia del gobierno de Gustavo Petro, que no reconoció las elecciones, pero tampoco quiso cumplir un papel más determinante en aislar internacionalmente a Maduro y a sus cómplices. Hacemos esta aclaración, que se hace necesaria en medio de los apasionamientos que despierta este tema, porque no somos ajenos a la realidad tan difícil que es abogar por la democracia en Venezuela.
Dicho lo anterior, creer que el presidente Donald Trump es un liberador en defensa de la democracia es un error craso. Esta semana el mandatario confesó abiertamente que autorizó a la CIA para llevar a cabo operaciones dentro de territorio venezolano. Su movilización de tropas en el Caribe ha terminado en la ejecución extrajudicial de más de dos decenas de personas, acusadas de ser narcotraficantes sin prueba alguna y como si el narcotráfico fuese un delito que amerita la pena de muerte. The New York Times publicó información confidencial en la que se demuestra que el gobierno Trump estuvo considerando la oferta de Maduro de otorgarles nuevos contratos de explotación petrolera a empresas estadounidenses a cambio de su permanencia en el poder. Mientras tanto, dentro de su propio país, Trump ha enviado tropas federales a ciudades administradas por alcaldes del partido opositor, bajo la excusa de que hay una guerra en sus calles. ¿Ese es el líder que va a traer democracia a sangre y fuego en Venezuela?
Además, la excusa para esta operación de Estados Unidos ha sido detener el narcotráfico. Si es así, ¿dónde trazarán la línea? ¿Y si mañana deciden que Colombia, con sus cientos de miles de hectáreas cultivadas de hoja de coca, con sus exportaciones difíciles de controlar de cocaína, es un “Estado narcotraficante” que amerita intervención? Nos dirán que exageramos, que una cosa es Venezuela y otra es la, aunque imperfecta, sólida democracia colombiana, pero el problema está en los criterios ambiguos. Si aceptamos que un país se arrogue la autoridad para intervenir en otro a su antojo, las líneas se desdibujan. Se aplica la ley del más fuerte que, en este caso, termina también siendo un matoneo sin control alguno.
Finalmente, capturar o asesinar a Nicolás Maduro no soluciona el problema en Venezuela. Los golpes de Estado en Latinoamérica auspiciados por la CIA llevaron a décadas de inestabilidad, resentimiento, autoritarismos y empobrecimiento. Sabemos que es persuasivo creer que todos los demonios del país vecino se solucionan con una operación militar precisa, pero ese tipo de pensamiento mágico pertenece a las películas de superhéroes, no a la realidad.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.