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La propuesta de reforma tributaria aterriza en un momento difícil para su eventual aprobación. El Congreso ya está pensando en las elecciones, mientras el Gobierno nacional acaba de implosionar nuevamente su coalición y también piensa en cómo potenciar a sus aliados para el año entrante. El problema es que el país sí necesita atender el déficit, mejorar los ingresos que recibe el Estado y dar un debate maduro sobre un tema poco popular. El Ministerio de Hacienda necesita comprender que no todas las críticas a la propuesta son injustificadas y los congresistas deberían, a su vez, estar dispuestos a dar un debate que construya consensos. Este gobierno y el próximo necesitan una reforma tributaria, aunque es claro que no en los términos de la propuesta inicial.
El Gobierno de Gustavo Petro está montado sobre un argumento cierto: necesitamos mejorar los ingresos. No solo estamos de acuerdo, sino que es importante que la discusión también se dé en torno a cómo construimos un estatuto tributario progresivo, que combata la desigualdad, cambie la cultura de la evasión, fomente los empleos formales y garantice que no debamos estar aprobando una reforma tributaria cada dos años. Otro punto a favor de la postura de la administración Petro es que estamos aún tapando huecos causados por los manejos irresponsables en otros gobiernos y por la herencia de la pandemia. Por todo esto, decir que “no” de tajo a una reforma tributaria en este momento sería irresponsable.
Dicho lo anterior, el Gobierno también necesita comprender que los argumentos en su contra no son solo de quienes están pensando en obtener réditos políticos. Por ejemplo, el presidente Petro se rehusó a aprobar los necesarios recortes y el presupuesto presentado muestra la negligencia en este tema. Su flexibilidad con la regla fiscal y el tono hostil con el que se pretende que se aprueben los nuevos impuestos dificultan mucho llegar a concertaciones. Si el Ministerio de Hacienda no ofrece trabajar con mayor rigurosidad en recortes tangibles y en una política presupuestal más responsable, ¿cómo pretende la Casa de Nariño que les creamos que no se trata de un acto de campaña política previa al 2026?
Otro punto fundamental es no utilizar la desinformación para defender la reforma. Decir que “el pobre no usa casi la gasolina” muestra una desconexión profunda y no reconoce que en todo el mundo las sobretasas a la gasolina han llevado a fuertes protestas. La descarbonización es un fin necesario y loable, pero el Gobierno quiere conseguirlo sin planes complejos, a los trancazos, enemistando a las personas que más van a sufrir los nuevos impuestos. Lo mismo ocurre en su trato al empresariado: mientras los estigmatiza día y noche, les pide que aporten más impuestos sin crear incentivos adecuados para fortalecer la economía formal. Hay que sentarse a dialogar, encontrar puntos en común y construir un sistema tributario que sea manejable para todos los involucrados. No basta con sentarse en una postura de superioridad moral y esperar pupitrazos.
Entonces, sería útil que Congreso y Gobierno hablen, concerten, tengan concesiones. La Casa de Nariño podría proponer un presupuesto más razonable, hacerles caso a las voces que le han pedido recortes; los congresistas, por su lado, deberían dejar a un lado su negativa rotunda a dar cualquier discusión. El próximo gobierno necesitará ingresos, sin importar el apellido de quien ocupe la Casa de Nariño. Qué importante sería que no se aplace esta discusión.
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