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Preocupa la educación de una generación ansiosa

El Espectador

23 de febrero de 2025 - 12:00 a. m.
El Gobierno centró su política en grandes golpes fallidos de opinión en la educación superior, pero abandonó el acompañamiento en la educación de niños, niñas y adolescentes.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Hay una crisis silenciosa que está ocurriendo en los colegios de Colombia. Esa palabra, “silenciosa”, no es del todo precisa, porque está a la vista de los maestros y las maestras que tienen que enfrentarla a diario, de los padres de familia que se encuentran abrumados por no saber cómo reaccionar, y de las voces académicas que estudian pedagogía y que llevan años pidiendo una intervención. Es, no obstante, silenciosa porque el debate público nacional sobre educación en Colombia parece estar concentrado únicamente en la educación superior, en los universitarios que votan. Si bien ese aspecto es importante, no podemos darle más largas a la necesidad de llevar a cabo revoluciones eficaces en la educación de niños, niñas y adolescentes.

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La crisis es polifacética. Aunque no contamos con cifras exactas en Colombia, precisamente por la falta de atención sobre el tema a nivel nacional, los docentes del país están preocupados porque las generaciones de niños, niñas y adolescentes presentan unas tasas de ansiedad y depresión angustiantes. Lo mismo está ocurriendo en otras partes del mundo. Julián de Zubiría, educador y columnista de El Espectador, retoma las investigaciones de Jonathan Haidt al decir que “en Estados Unidos, dos de cada tres adolescentes mujeres sufren depresión severa, la tasa de autolesiones se triplicó entre 2010 y 2020, y una de cada tres ha atentado contra su vida”. Por esto, dice De Zubiría, “la adolescencia –que históricamente ha estado asociada a la rebeldía, alegría y esperanza– comenzó a ser identificada como un período en el que predominan la angustia, la depresión y la desesperanza”.

Eso se une a otros componentes del problema. Según el Ministerio de Educación, 335.000 estudiantes abandonaron el sistema educativo en 2023. La Fundación Barco, que se especializa en evitar la deserción escolar, realizó un estudio con hallazgos contundentes. Del 60 % de los estudiantes que han considerado abandonar sus estudios por problemas en sus colegios, el 23 % dice que es por conflictos y violencia dentro de las aulas, mientras que el 9 % menciona que hay maltratos. Hay un círculo vicioso, entonces, de hostilidad, falta de supervisión y falta de recursos pedagógicos que llevan a que el matoneo florezca, a que espacios que deberían ser seguros se conviertan en infiernos.

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Todo esto ocurre mientras la tecnología es cómplice del desastre. Las redes sociales y los teléfonos inteligentes van de la mano con el aumento de la ansiedad y la depresión en niñas, niños y adolescentes, pero las plataformas son cada vez más indiferentes al problema. Con la llegada de Donald Trump al poder, las multinacionales estadounidenses de tecnología dejaron de fingir preocupación y adoptaron una estrategia de “laissez faire”, “laissez passer”, sin importar que sus productos sean adictivos y nocivos para las personas más vulnerables de la sociedad.

Es entendible, entonces, que maestros y maestras se sientan navegando en una tormenta sin mucha ayuda. Este Gobierno ha centrado su política educativa en grandes golpes fallidos de opinión en la educación superior, pero abandonó las ideas de reforma curricular y de acompañamiento en la educación de niños, niñas y adolescentes. El reto es que estamos ante un cambio de paradigma, y no hay soluciones fáciles ni rimbombantes. Necesitamos atención, disposición, recursos y un trabajo articulado en todo el país: una conversación nacional sobre cómo vamos a permitir que nuestros colegios evolucionen. La crisis no da espera, el futuro de Colombia, literalmente, depende de lo que hagamos cuanto antes.

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