
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Desde el 17 de diciembre de 1986, el oficio periodístico de El Espectador se convirtió en un eterno retorno al recuerdo de don Guillermo Cano. Así ha sido, año tras año, hasta el punto de que en este 2025, cuando ayer don Guillermo hubiera cumplido 100 años de vida, no podemos entender nuestro trabajo sin la vara tan alta que nos dejó su legado, sin las lecciones que aprendimos de sus palabras y sin el dolor que aún nos acompaña por su asesinato y por el silenciamiento de tantos otros periodistas en nuestro país. Desde su fundación, este periódico se ha enfrentado a la violencia, la censura y la persecución: nuestra historia, lo tenemos que decir con tristeza, ha sido una de periodistas convertidos en mártires, cuando lo único que hemos procurado ser es un espacio de denuncia, de construcción de país, de apostarles tercamente a la paz y a la idea de que Colombia puede vivir mejor. El mundo ha cambiado y, sin embargo, los mismos fantasmas que atormentaron a don Guillermo siguen vigentes en este país que siempre va a toda velocidad hacia el futuro, pero demasiado a menudo termina encontrándose con los demonios de su pasado.
El periodismo está amenazado por la ausencia de un modelo de financiación que garantice un oficio digno, por poderosos que no quieren cuestionamientos, sino mera propaganda, por intereses económicos que ven poca rentabilidad en las voces incómodas, por políticos en alianza con criminales que hacen todo lo posible por mantener sus feudos de ilegalidad, por violentos que no temen silenciar para siempre a quienes les estorban y por un narcotráfico desmedido que sirve para sostener cualquier tipo de canallada. Esa descripción podría ser de 2025 o de 1986, cuando don Guillermo fue silenciado por orden de Pablo Escobar. ¿Cómo, entonces, no volver a sus palabras, a buscar en su ejercicio de periodismo un modelo para navegar este nuevo mundo tan parecido al pasado?
En esencia, el periodismo de El Espectador que don Guillermo promovió desde la dirección y desde su “Libreta de apuntes” partía de tres principios básicos. El primero, la necesaria convivencia de las ideas firmes con la tolerancia de la diferencia: solo así se pueden tener conversaciones fructíferas y construir un país en el que quepamos todos. El segundo, el de un periodismo sin protagonismo: la paradoja es que don Guillermo nunca quiso ser mártir, nunca buscó ser la noticia, nunca pretendió tener la verdad revelada ni la última palabra; su único objetivo era la investigación rigurosa, la denuncia responsable, llamar la atención de los lectores sobre lo noticioso. Tercero, la paz como principio y como fin.
Sobre esto último, y justo después de haber tenido que reportar sobre un magnicidio más en Colombia, el de Miguel Uribe Turbay, preferimos volver a las palabras de don Guillermo. Porque él, como nosotros, vio de frente a quienes querían silenciar la esperanza, quienes no entienden la política sin la violencia. Y su respuesta sigue vigente décadas después: “Hay quienes dicen que ya están hartos de que se hable tanto de paz, de tantas discusiones sobre la paz. Olvidan que apenas si estamos saliendo tímidamente de la guerra. Y que la paz es un bien inapreciable que nos hace falta muy hondamente cada vez que perdemos una vida, no importa cuál sea su estamento social. Y a perder vidas, en el campo y en las ciudades, es a lo que nos estábamos acostumbrando, a pesar de indignaciones de un día, que al siguiente se olvidan por el nuevo crimen. Necesitamos la paz para vivir civilizadamente y dejar de morir a destiempo y como salvajes”. Por don Guillermo y por tantos otros periodistas que han creído en eso al pasar por nuestra redacción, ese sigue siendo el compromiso y la apuesta de El Espectador.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.