“Que la paz sea con ustedes”, fueron las primeras palabras del nuevo papa. León XIV, nacido como Robert Francis Prevost, no solo es el primer pontífice estadounidense, sino también una figura que llega al trono de Pedro en medio de un mundo atravesado por guerras, polarización y un profundo descrédito de las instituciones religiosas. Que ese saludo inicial estuviera seguido de un llamado al desarme no es menor, especialmente viniendo de un hombre cuyo país de origen ha sido uno de los principales sostenes de la maquinaria bélica global, incluida la ofensiva israelí sobre Palestina. La contradicción es evidente, y por eso resulta tan significativo que, desde lo más alto del Vaticano, se eleve una voz que se distancia de la lógica de guerra.
El nuevo papa ha sido crítico del presidente Donald Trump y ha mostrado cercanía con las luchas de los migrantes, no solo por convicción, sino por experiencia: es hijo de migrantes y realizó su misión sacerdotal en Perú. Su cuenta de X, antes de convertirse en sumo pontífice, hablaba por sí sola: su último retuit se preguntaba si a Trump y a Bukele no les pesaba la conciencia al deportar a personas sin el debido proceso hacia cárceles de máxima seguridad en El Salvador.
El nombre que ha elegido, León XIV, tampoco es casual. León XIII fue uno de los papas más importantes de la historia moderna de la Iglesia, y con él se fortaleció la doctrina social que defendió a los trabajadores. Hay en ese guiño una intención de continuidad y, al mismo tiempo, una apuesta por renovar la misión social del catolicismo.
Pero los desafíos que tiene ante sí son monumentales. La Iglesia católica está profundamente herida por los escándalos de pedofilia, que no solo involucran abusos, sino décadas de encubrimiento. Además, Prevost tendrá que lidiar con sus contradicciones. Hace más de una década criticó lo que llamó “ideología de género” y se mostró en contra de la adopción homoparental. Aunque se espera que, como sucesor y cercano colaborador de Francisco, mantenga la apertura hacia la comunidad LGBTI+, estas posturas pasadas no pueden ser ignoradas. La Iglesia de hoy necesita no solo pedir perdón, sino transformarse de raíz.
Otro gesto importante es que se trata de un papa estadounidense, pero no del ala más radical que le hizo la oposición a Francisco desde ese país. La mayoría de los cardenales, que fueron elegidos durante el pasado papado, parecen querer una actitud conciliadora: ni mucho ruido reformista, pero sin echar para atrás muchos de los avances de estos años. El liderazgo global de Francisco deberá ahora ser reemplazado por una nueva voz que enfrenta un mundo enrarecido. Si el Vaticano sigue ejerciendo un rol de razonabilidad, de apostarle a la empatía, es una muy buena noticia.
Por todo lo anterior, el llamado del nuevo papa a construir paz desde el tender puentes y encontrarse con el otro resuena con fuerza. El mundo lo necesita; la Iglesia, también. Y aunque no hay liderazgo espiritual libre de sombras, sí hay responsabilidad en no repetir los errores del pasado. León XIV tiene la oportunidad de honrar su nombre con valentía, y de demostrar que esta vez los puentes no son solo metáforas.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.