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Ayer, en Cali, capital afrocolombiana de Colombia, la Fundación Color de Colombia y El Espectador entregamos el Premio a los Afrocolombianos del Año. Durante 16 años, esta acción afirmativa ha intentado aportar un granito de arena en la lucha contra los estereotipos negativos. Como todos los años, el premio se enfrenta a la paradoja de no querer existir: si tuviésemos inclusión, este tipo de reconocimiento separado sería innecesario. Sin embargo, con cada triunfo vienen retrocesos y por eso es fundamental seguir tomando la acción consciente de observar la diversidad, preguntarse por los silencios que perduran y seguir luchando contra la falta de oportunidades.
Hay una pregunta que marca este premio todos los años: ¿cómo logramos que la inclusión afrocolombiana deje de ser una promesa y se convierta en una realidad? La respuesta varía, porque el problema es complejo. El antirracismo debe convertirse en verbo, construir acciones que se adapten y reconozcan que las raíces de la discriminación son profundas. Desde El Espectador y la Fundación Color de Colombia, propusimos el premio con la idea que mueve todo lo que hace este periódico. Sin visibilidad, sin nombrar lo que se hace bien, sin poder dar ejemplo, es fácil que los discursos preponderantes de discriminación no sean cuestionados. Año tras año, la búsqueda es mostrarles a todos los colombianos que sus compatriotas tienen historias de vida inspiradoras y proyectos que le aportan a nuestra nación. Lo que se ve se puede contar construye familiaridad y rompe la dicotomía del “ellos contra nosotros”. Por eso, este año con orgullo vemos que no estamos en la misma Colombia de hace década y media.
Cada vez es más fácil conseguir candidatos para el premio porque cada vez más afrocolombianos ocupan espacios de poder, visibilidad y decisión. Más allá de los ganadores, los 24 hombres y 15 mujeres de 12 departamentos y Bogotá que fueron nominados nos muestran que con tesón, disciplina, creatividad y rigurosidad se puede salir adelante. Sus vidas son ejemplo para todos, una muestra de cómo construir país. Sus voces también necesitan escucharse.
Este año, el reconocimiento Vida y Obra se entregó al secretario general de la Asamblea Constituyente de 1991, Jacobo Pérez Escobar, quien justo está cumpliendo 100 años de edad. Oriundo de Magdalena, fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado, secretario jurídico de la Presidencia, gobernador, tratadista constitucional y biógrafo del primer ministro negro, Luis Antonio Robles. Junto con él, 100 bachilleres con puntajes de 300 o más en el Saber 11 recibieron una graduación simbólica, para mostrar que el pasado y el futuro están siempre conectados por todas las decisiones que se toman día a día. El arco de la historia se inclina hacia al progreso gracias a personas como Pérez Escobar, los 100 bachilleres y todos nuestros nominados.
Nos falta, eso sí, mucho trecho. La histórica primera vicepresidencia de una mujer afro terminó con Francia Márquez confesando el dolor que sentía por su decepción con el Gobierno. Porque, lo dicho, el racismo no se erradica de la noche a la mañana; es una lucha constante, dinámica. La desigualdad sigue obstaculizando proyectos de vida y la discriminación se reinventa. Por eso mismo los Afrocolombianos del Año sigue siendo relevante para que los colombianos no pierdan de vista todo lo que hemos andado y también el camino por delante.
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