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Una Presidencia convertida en circo

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06 de febrero de 2025 - 05:00 a. m.
Ante la evidente incapacidad de ejecutar las promesas, el presidente se conformó con ofrecer un circo en vivo y en directo para tratar de despojarse, él nada más, de toda responsabilidad.
Ante la evidente incapacidad de ejecutar las promesas, el presidente se conformó con ofrecer un circo en vivo y en directo para tratar de despojarse, él nada más, de toda responsabilidad.
Foto: Presidencia
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En un momento del sueño febril en el que se convirtió la transmisión en cadena del consejo de ministros de este martes, el presidente de la República, Gustavo Petro, se lamentó porque “la noticia va a ser la de un gabinete roto mañana”. Tenía razón, pero eso al final es lo de menos. El país ya sabía que su equipo estaba dividido por la incomprensible insistencia en darle poder a un personaje como Armando Benedetti. La verdadera noticia del “reality del Gobierno” es mucho más grave: Colombia pudo ver a un presidente disperso, enredado en sus discursos, con un liderazgo incapaz de traducirse en resultados, megalómano, hostil y que ve enemigos en todas partes, incluso en su equipo ejecutivo de gobierno. Ante la evidente incapacidad de ejecutar las promesas del cambio, el mandatario se conformó con ofrecerle a la nación un circo en vivo y en directo para tratar de despojarse, él nada más, de toda responsabilidad.

En un largo mensaje, de esos que se han vuelto característicos en su manera peculiar de manejar la Casa de Nariño, el presidente Petro intentó ayer dar su giro interpretativo a lo ocurrido. Consciente de la andanada de burlas, de las hondas preocupaciones que generó la transmisión sobre lo que viene para el país en el final del período, el mandatario dijo que “el pueblo tiene el derecho a saber qué hace su gobierno y cómo es su gobierno directamente y sin intermediarios desinformadores”. Bueno, lo logró. Y no hicieron falta “desinformadores” para ver a un equipo de gobierno despedazado por dentro y liderado por un presidente con delirios de grandeza que invoca poderes supremos.

Si alguien tenía dudas sobre por qué el Gobierno del cambio no ha cumplido sus promesas las pudo resolver en la transmisión. No había ya allí los “traidores” del pasado, esos que tanto hacen que el presidente se lamente por haber nombrado, ni las teorías de “golpe blando”. No, estaban los más leales, los que han perdurado durante las crisis, los escogidos por el presidente como los más aptos para hacer realidad sus promesas. Y aún así, se les vio perdidos, desorientados por expectativas de cumplimiento mal planteadas, molestos por decisiones sin coherencia ideológica ni ética, escuchando a quien debía encauzar las discusiones sobre problemas enormes que día a día enfrentan los colombianos hablar de vaguedades y anécdotas sin ton ni son por seis largas horas, sin que se tomara una sola decisión. O dando órdenes difusas sin un mínimo estudio previo sobre cómo manejar Ecopetrol, cómo dirigir las fuerzas armadas, qué hacer con la diplomacia estadounidense, no muy consciente de que en democracia ese tipo de medidas se deben debatir y concertar. Es muy difícil gobernar a punta de discursos sin pragmatismo ni polo a tierra.

Fue un circo. El problema es que la Presidencia de la República debería ser más que un meme, algo que se pueda volver viral a partir de comparaciones con los realities de turno. La transparencia es bienvenida, el trato hostil a los ministros no; desestimar las críticas justas que ellos hicieron, mucho menos. Porque la Presidencia termina convertida en un culto a la personalidad y las decisiones de política pública se tornan caprichosas. La Casa de Nariño le abrió las puertas al país y lo que vimos fue descorazonador y preocupante, pues permitió entender mucho de un gobierno que marcha sin norte claro.

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