Educación y denuncias de acoso

Los escándalos sobre presuntos abusos y acosos sexuales que involucran a estudiantes y directivas del colegio San Viator han desatado una serie de respuestas desafortunadas por parte de los involucrados. Se ha puesto de presente cómo la sociedad colombiana no sabe responder adecuadamente a situaciones complejas. Por tratarse de una institución educativa, esta es una oportunidad para modificar los peores instintos que despiertan casos como este y que llevan a tantas víctimas a preferir el silencio.

El Espectador
28 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

En entrevista con la W, Patricia Osorio, madre de Daniel Eduardo Osorio, contó que su hijo se suicidó el año pasado porque, como escribió en una carta, había sufrido abuso sexual por parte de un sacerdote perteneciente a ese colegio. Al día siguiente, un estudiante que cursa su último año de bachillerato en esa institución educativa dijo que el rector, el padre Albeyro Vanegas Bedoya, lo había acosado sexualmente.

Vanegas respondió en la misma emisora que la institución no conocía el caso de Osorio y negó las acusaciones del otro menor de edad.

Esa es la situación habitual cuando hay denuncias de este tipo: la víctima cuenta su historia, el presunto agresor la niega y, por tratarse de situaciones que ocurrieron en espacios privados, no hay más pruebas que los testimonios de cada uno.

Por eso es crucial responder con prudencia, empatía y sabiendo que, cada vez que alguien denuncia, cientos de miles de víctimas que sufren situaciones similares observan en silencio cómo responde la sociedad.

El lunes, en la página oficial de Facebook del colegio San Viator, se publicó un comunicado firmado por “Docentes Colegio San Viator Bilingüe Internacional”. El texto convocaba a una manifestación “en la cual expresaremos el desacuerdo con las acusaciones hechas y demostraremos nuestro apoyo al colegio y al padre Albeyro Vanegas Bedoya”.

¿Apoyar al padre significa, entonces, rechazar la denuncia del estudiante? En estos casos ocurre una de dos cosas terribles: o en efecto hubo acoso o estamos ante una falsa denuncia. Lo hemos preguntado en el pasado: ¿por qué la reacción favorecida es presumir de entrada que lo segundo es la verdad?

No se trata de negar el derecho a la presunción de inocencia y al debido proceso del denunciado. Pero en casos tan sensibles, donde la impunidad es habitual, cada acto importa.

Por supuesto que la comunidad del San Viator puede pedir que el nombre del colegio no se vea estigmatizado por las denuncias, pero centrar la atención en ese aspecto del debate demuestra, cuando menos, una irreflexión preocupante.

Ya que el escándalo aterrizó de manera contundente sobre el colegio, ¿por qué no aprovechar la oportunidad para educar sobre las complejidades propias de los delitos sexuales? ¿Por qué no liderar un debate local y nacional sobre los protocolos existentes para tratar con estos casos en las instituciones educativas? ¿Por qué no pensamos cómo hacer para que las víctimas silenciosas (que las hay en todas partes) se sientan seguras y respaldadas en estos espacios para contar sus historias? ¿Por qué no les enseñamos a nuestros niños y adolescentes a ser más compasivos y a escuchar mejor cuando situaciones como esta ocurren? ¿Por qué no dejamos a un lado los instintos tribales de supervivencia que buscan proteger a como dé lugar el “buen nombre” y hacemos reflexiones sobre la violencia sexual que, por ser difíciles, son necesarias?

Sin duda, el trato al San Viator por algunos sectores de la opinión ha sido injusto. Pero esa está lejos de ser la peor tragedia en toda esta discusión.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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