Con el fallecimiento de Edson Arantes do Nascimento se va un futbolista único que se convirtió en una leyenda en vida y comienza el mito eterno sobre O Rei Pelé, considerado por muchos el mejor jugador de todos los tiempos. Sin entrar en ese tipo de discusiones, donde habrá argumentos a favor y en contra, lo cierto es que el mundo, especialmente el del fútbol, pierde a un referente obligado. Su origen humilde, su magia con el balón, su don de gentes y su pasión lo hacen merecedor del trono de rey en el cielo del fútbol.
Su fama no fue gratuita y, a los 82 años, había recibido todos los honores posibles. Desde el inicio de su carrera, cuando vistió la camiseta número 10 de la Canarinha en el Mundial de Suecia, en 1958, demostró que era un superdotado destinado a hacer historia en los estadios del mundo. A los 17 años fue una figura clave para que su selección conquistara el primer campeonato mundial, con dos goles de antología en la final contra el equipo de casa. En 1962 repitió con la segunda copa en Chile y, por último, la entronización como O Rei en México 70, cuando la televisión mostró en todo el orbe a un equipo que difícilmente volverá a repetirse y a su figura máxima, que demostró por qué era el más grande. Fue, por derecho propio, el primer deportista de fama mundial.
Su historia, como la de la gran mayoría de los jugadores de balompié, fue la de un niño de barriada nacido en el pueblo de Tres Corazones. Su padre, João Ramos, Dondinho, había sido jugador profesional y para Edson la aspiración como adolescente fue llegar al Santos, un equipo que era referente obligado, y lo logró. De ahí comenzó la leyenda en la cual con un juego definido como perfecto, irreverente, alegre, o jogo bonito, no solo ganó tres de los cuatro mundiales que disputó, sino que se hizo con seis títulos en el campeonato en Brasil, uno con el Cosmos en Estados Unidos, además de dos copas intercontinentales y dos en la Libertadores. Ese es un palmarés difícil de alcanzar para cualquier atleta en el mundo. A su retiro de las canchas en 1977, había anotado 1.281 goles, casi uno por partido, incluidos 77 con la selección de Brasil. Sin embargo, para la FIFA fueron menos. Además, fue comentarista deportivo, empresario y ministro de Deportes.
Para reseñar mejor su trascendencia y la leyenda que fue en vida, vale la pena recordar algunas anécdotas que lo describen muy bien. En una de sus visitas a la Casa Blanca, Ronald Reagan lo saludó diciéndole: “Encantado, soy Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos. Usted no necesita presentarse porque todo el mundo sabe quién es Pelé”. Puskás, otro jugador legendario, dijo que “el futbolista más grande de la historia fue Di Stéfano. Me niego a catalogar a Pelé como jugador. Estaba por encima de eso”. Mientras tanto, el director de cine Pier Paolo Pasolini consideró que “cuando el balón llega a los pies de Pelé, el fútbol se transforma en poesía”. César Luis Menotti, hablando de quién era mejor entre Pelé, Maradona y Messi, consideró que “a Pelé hay que sacarlo. Cuando hablamos de fútbol, a Pelé no lo pongas nunca, porque Pelé era de otro planeta”. En Colombia también hizo historia con una anécdota que se dio en El Campín en 1968, en un partido de exhibición, cuando el árbitro Guillermo el Chato Velásquez lo sacó del partido con tarjeta roja. Ante la rechifla del público, que quería ver a su ídolo, tuvo que reconsiderar la decisión y regresarlo al campo de juego.
Ya será la historia la que se encargue de establecer si Edson Arantes do Nascimiento fue complaciente o no con la dictadura en Brasil, al no adoptar una posición más firme en contra, o si hizo bien en ir al fútbol de los Estados Unidos, para popularizarlo, en vez de regresar a jugar a Brasil, que reclamaron muchos en su país. Lo cierto es que Pelé, el jugador único e irrepetible, se ganó un lugar preponderante en el Olimpo de los futbolistas. El rey ha muerto, viva O Rei.
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