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El aporte de una raza

Todavía en este país reconocer el aporte de grandes colombianos de cierta raza, género u origen es tarea pendiente.

El Espectador
20 de diciembre de 2013 - 11:00 p. m.

Por estas épocas en que los medios de comunicación seleccionamos a los personajes del año y se hacen los balances del período que termina, la gran mayoría de imágenes que vemos son de rostros masculinos, blancos y urbanos. Lo cual no es más que un reflejo de la realidad de un país donde sencillamente no es igual para quienes no están en ese grupo poblacional acceder al lugar que se merecen en la sociedad. Tanto menos, que esa sociedad reconozca su aporte.

En Colombia, más del 10% de sus habitantes se autoreconocen como afrocolombianos. Con seguridad son muchos más, pues el incentivo a no reconocer la raza es alto, puede significar la pérdida de oportunidades. En el 97% de los municipios del país viven afrocolombianos. Que este es un país multicultural y pluriétnico es evidente.

Lo malo es que no lo parecemos ni actuamos como tales. Lo ilustra un solo ejemplo de esta semana que pasó inadvertido: ha muerto el personaje negro quizás más importante de la historia, Nelson Mandela, pero en la delegación oficial colombiana no iba un solo representante afrocolombiano. Como si una quinta parte de nosotros no fuera de esa raza. ¿Que en Colombia no hay racismo y segregación? ¡Pamplinas!

Por todas estas razones, hace cuatro años nació el premio Afrocolombianos del Año, que esta semana entregamos la Fundación Color de Colombia y El Espectador, precisamente para reconocer El Progreso de esta raza y su aporte al país desde trece diferentes áreas,del deporte a la cultura, de los negocios a la ciencia y la tecnología. Se trata de un premio diferente de los demás, porque curiosamente su objetivo final es que no exista. Tal cual. Entendemos que una acción afirmativa de este tipo es más que necesaria en Colombia para resaltar ese aporte afrocolombiano que se mantiene oculto, pero nos hemos puesto también el plazo, ambicioso, de diez años para que entonces este reconocimiento no sea necesario . La aspiración es que nuestra sociedad llegue a un estadio de madurez suficiente como para valorar por igual las contribuciones de todos sin ningún distingo.

¿Serán diez años suficientes? Quizás no: ya van cuatro y, aunque se ven avances y el premio en particular gana en influencia y alcance, falta mucho trecho. Y, claro, como ocurre con toda acción afirmativa, está vigente el debate de hasta dónde y hasta cuándo esta es efectiva para acelerar el proceso hacia la igualdad y cuándo y dónde comienza a ser contraproducente.

Un debate que para El Espectador fue muy significativo este año por la discusión que generó la publicación en este diario de un texto sobre los verdaderos méritos académicos de Raúl Cuero —a la sazón ganador de este premio en 2011— y que algunos maliciosamente, pero otros genuinamente, quisieron mostrar como un acto de racismo. ¿Una incoherencia? ¿Debimos ser condescendientes en su momento con Cuero por razón de su raza? Ya lo hemos dicho antes y a la luz de este premio es importante repetirlo: es mucho lo que todavía tiene que cambiar en este país para que los afrocolombianos puedan llegar al lugar que merecen en la sociedad y eso justifica todas las acciones afirmativas posibles, pero una vez lo han logrado con enorme esfuerzo, como Cuero, tratarlos con condescendencia no sería más que un acto para perpetuar una mirada de inferioridad a todo aporte afrocolombiano.

Lo que la ceremonia de esta semana dejó ver es que son muchos más de los que pensamos los afrocolombianos que están al nivel de cualquiera para competir de igual a igual en cada una de sus áreas. Y que ellos no necesitan la mirada benevolente de nadie.

Por El Espectador

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