El buen nombre de Sigifredo López

De fondo, lo que todos los medios de comunicación debemos preguntarnos —porque estos dilemas se presentan constantemente y no somos ajenos a la situación— es si estamos haciendo lo suficiente una vez se comprueba la inocencia de las personas involucradas en alguna información, para que su buen nombre sea recuperado y dejen de ser víctimas de juicios sin fundamento.

El Espectador
15 de septiembre de 2016 - 08:29 p. m.
Lo ocurrido con Sigifredo López es una oportunidad para que los medios nos preguntemos qué papel jugamos en la reivindicación de las reputaciones que han sido lastimada injustamente.
Lo ocurrido con Sigifredo López es una oportunidad para que los medios nos preguntemos qué papel jugamos en la reivindicación de las reputaciones que han sido lastimada injustamente.

Uno de los aspectos que más celebramos del ambiente que ha generado el acuerdo entre el Gobierno y las Farc para terminar el conflicto armado es que ha permitido empezar a limpiar el nombre de muchos afectados en la guerra de la información.

Tal ha sido el caso del secuestrado exdiputado del Valle Sigifredo López, que esta semana al Canal RCN exigiendo unas justas disculpas por la publicación “durante 45 días” de un video que supuestamente lo sindicaba de haber sido cómplice de su propio secuestro y el de sus colegas. Bienvenidas las disculpas ofrecidas por la hoy directora de ese informativo, Claudia Gurisatti, y válida también la posición de Rodrigo Pardo, director del informativo en el momento de los hechos, al decir que “no es el mensajero el culpable de las noticias”. Pero todo lo sucedido abre sanas reflexiones.

De fondo, lo que todos los medios de comunicación debemos preguntarnos —porque estos dilemas se presentan constantemente y no somos ajenos a la situación— es si estamos haciendo lo suficiente una vez se comprueba la inocencia de las personas involucradas en alguna información, para que su buen nombre sea recuperado y dejen de ser víctimas de juicios sin fundamento. Nos explicamos.

López fue uno de los 12 diputados del Valle que fueron secuestrados por las Farc en el 2002. En el 2007, el grupo guerrillero publicó que murieron en fuego cruzado 11 de ellos, siendo López el único sobreviviente. Luego, en el 2012 se dio a conocer un video, publicado por RCN y reseñado por otros medios, incluido El Espectador, que supuestamente inculpaba al exdiputado de haber planeado el secuestro de sus colegas. El escándalo fue tal que la Fiscalía lo acusó y lo llevó a la cárcel por unos meses.

Al final, el propio fiscal Eduardo Montealegre terminó teniendo que pedir perdón a López porque, se conoció, la acusación provenía de un testigo falso. Hace pocos días, Pablo Catatumbo, de las Farc, también pidió perdón por los hechos ocurridos. Y ahora, el exdiputado le pidió al aire al Canal RCN que ofreciera disculpas por el daño que le hizo la transmisión “durante 45 días” del video que lo inculpaba.

Este video hacía parte de la investigación en curso de la Fiscalía contra López. Aunque ahora sabemos que no era él, ni su nariz, los que aparecían en ese video, en ese momento su publicación en los medios de comunicación estaba justificada. La reflexión, entonces, más bien está en por qué —y, de nuevo, esto nos pasa a todos— la incriminación recibe mucho más espacio que la absolución. ¿Qué medidas se pueden tomar para que, cuando se presenten casos similares, cumplamos un papel conducente a que se limpie el nombre de las personas que estaban bajo investigación?

Otra consideración, ya alejada del periodismo como tal, es que este episodio es un vivo ejemplo de una táctica sucia muy común en la guerra: dentro del conflicto, la verdad es manipulada sin reparo por parte de los actores interesados y, lo peor, la sociedad es proclive a acogerla sin reparos. Los testigos falsos, las filtraciones de información incorrecta y, en general, la difusión masiva de mentiras hacen parte del repertorio del debate nacional. Con lo cual, cabe una reflexión adicional. ¿Estamos haciendo lo necesario para que esas prácticas no continúen después de la desaparición de la guerrilla o, por el contrario, seguirá el fraude haciendo parte de nuestra cultura política? Es el momento ideal para hacernos con sinceridad todas estas preguntas.

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Por El Espectador

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