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El actual Congreso de la República se encuentra ante una oportunidad histórica que puede definir la vida de los colombianos durante las próximas décadas. Sí, décadas, porque las múltiples propuestas de reforma que está presentando el gobierno de Gustavo Petro hacen cambios estructurales a sistemas que llevan años sin ser modificados de manera esencial y que, en caso de ser aprobadas, tendrán repercusiones a mediano y largo plazo. Por eso, es momento de que en pleno año electoral los congresistas recuerden que su rol como rama Legislativa es servir de representantes de la ciudadanía y ser líderes en la discusión de lo que se propone. No basta con simplemente pupitrear y hacerle eco al Gobierno, así como tampoco sería responsable asumir una oposición oportunista que lo niegue todo sin entablar diálogos que le sirvan al país.
Inquieta escuchar que los peores instintos de los legisladores están saliendo a relucir. Con el Plan Nacional de Desarrollo, apenas presentado este lunes, hay testimonios sobre cómo algunos representantes a la Cámara y senadores están más concentrados en obtener proyectos particulares que los ayuden en las elecciones locales de este año que en dar las discusiones complejas sobre cómo debería construirse el país. De esa falta de conciencia histórica y responsabilidad democrática proviene la profunda desconfianza que los colombianos sienten hacia el Congreso, que año tras año es de las instituciones más desprestigiadas.
El problema es que nos tocó dar estas discusiones en pleno año electoral. Eso hace que los congresistas tengan un ojo en las reformas y el otro en los espacios de su influencia, donde quieren que sus candidatos sean los elegidos. No podemos caer en esa dinámica. El solo Plan Nacional de Desarrollo presentado muestra la ambición a la que se está enfrentando el país. Por fin hay una reforma al Código Penal que busca cambiar injusticias estructurales. Lo que se ha conocido de la reforma a la salud, la laboral y la pensional implica cambios fundamentales a sistemas estancados en el pasado y que afectan, literalmente, a todos los colombianos. También vendrán modificaciones al sistema educativo y, sin duda, seguiremos hablando de la paz total y las leyes que implica. Por eso no es momento de abandonar los deberes constitucionales del Congreso. Es el momento de la deliberación.
Los políticos están diseñados para pensar en ciclos electorales de plazos cortos, pero este Congreso y sus decisiones tendrán repercusiones durante mucho tiempo. El presidente y sus defensores están promoviendo la peligrosa tesis de que, al haber sido elegidos en las urnas el año pasado, entonces sus reformas ya fueron refrendadas por los colombianos. Eso no es cierto, la democracia no es una carta blanca. El Gobierno está cumpliendo con su promesa de presentar reformas ambiciosas, pero ahora el Congreso debe llevar a cabo su tarea de estudiarlas con rigurosidad, modificarlas como considere conveniente y dar debates que nutran al país. Congresistas, no renuncien a este momento histórico. Es mucho lo que está en juego.
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