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La semana pasada hubo una pelea, otra más, entre el presidente de la República, Gustavo Petro, y el alcalde de Bogotá, Carlos Galán, por la primera línea del metro. En esencia, el problema sigue siendo el mismo: para el presidente, es una abominación que se haya hecho una línea elevada cuando la mejor opción para la capital sería una subterránea. Sin embargo, algo diferente en esta ocasión es que personas cercanas a la ideología del mandatario, como la senadora Clara López y el expresidente Ernesto Samper, publicaron videos apoyando el proyecto actual a pesar de sus limitaciones. Para el presidente Petro, la pregunta sobre la mesa es si va a aprovechar el momento para impulsar las obras más importantes de la ciudad.
Lo hemos dicho ya: la frustración del presidente con el proyecto de metro es comprensible. Cuando fue alcalde, hubo obstrucciones que sepultaron su proyecto de un metro subterráneo para la ciudad. En su más reciente diatriba se ve cómo la herida sigue abierta. Después de lamentarse por los obstáculos que enfrentó su proyecto, lanza una conclusión angustiante. “Bogotá, al estar mal ubicada por decisión feudal de los castellanos conquistadores que comenzaron por tapar el agua, puede morir y está muriendo”, escribió. Sobre la primera línea del metro, insistió en que “demorará más los viajes en toda la ciudad”, “dañará hacia la fealdad el urbanismo bogotano”, y es “botar miles de millones de dólares de la nación y de los bogotanos a la caneca de la basura”. Por eso, “aún se podría hacer un tramo subterráneo en el centro y la Caracas, y evitar que a quienes vayan a vivir en los edificios de la Caracas, que serán más pobres que los de hoy, les pase un tren por la ventana cada tres minutos”.
La afirmación sobre cómo el metro elevado aumentará los tiempos de los viajes es falsa, según la información disponible. Por ejemplo, desde el patio taller hasta la calle 72 se reducirá el tiempo de dos horas a 27 minutos. Un informe de la Sociedad Colombiana de Ingenieros (SCI) confirma que se trata de una reducción con base en lo que tenemos hoy. Ahora, sí es cierto que un metro subterráneo tendría un impacto aún mayor en los tiempos, pero dar esa discusión con una obra llegando al 50 % de estar construida no tiene razón de ser. El debate sobre urbanismo que plantea el presidente también tiene sentido: las estaciones subterráneas son mucho menos disruptivas. Pero, de nuevo, el punto más importante es que los bogotanos votaron en su momento por un proyecto político que se decidió por el metro elevado y hoy estamos más cerca que nunca a tener una línea de metro. Es la construcción más importante que se está haciendo en el país y el Gobierno nacional, su principal financiador, debería sentirse orgulloso.
Todavía hay tiempo, no para modificar la primera línea del metro, sino para que el presidente Petro aproveche su cargo en impulsar los proyectos más importantes de Bogotá. Además del anuncio de comprar una flota de buses eléctricos, tan necesaria, podría echarse al hombro la expansión de la primera línea hasta la calle 100, la licitación de la tercera línea del metro y garantizar que la licitación de la segunda línea, que está en curso, se haga con rapidez. Hay tantos proyectos que, si el Gobierno nacional deja a un lado las discusiones, pueden cambiarle la cara a la ciudad. Para que la capital no muera, como dice el presidente, sino que tenga un futuro con menos problemas acumulados.
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