
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En las que pueden ser las marchas del orgullo más concurridas en la historia del país, más de 100.000 personas se tomaron las calles de Bogotá, más de 90.000 lo hicieron en Medellín y algo similar ocurrió en distintos lugares del país. Esta manifestación de presencia de personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT) se hace en medio de un ambiente hostil a nivel nacional e internacional contra la diversidad sexual y de especial agresión contra las identidades de género que rompen con los estereotipos hegemónicos. Por eso las marchas, que desde el principio surgieron como un acto revolucionario contra la estigmatización, persecución y criminalización de las personas LGBT, son un recordatorio para los líderes políticos del país sobre la necesidad de construir una Colombia verdaderamente incluyente.
Los logros por los derechos de las personas LGBT en Colombia y en el mundo están bajo ataque. El movimiento ultraconservador que cobró fuerza hace algunos años ha alcanzado victorias preocupantes, como la reciente decisión de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos que permite a los empresarios discriminar contra las parejas del mismo sexo. También hemos visto que las reclamaciones de las personas trans son recibidas con hostilidad, con acusaciones temerarias y con oportunismo populista. Estamos ante un nuevo pánico moral: si antes decían que las personas lesbianas y gais eran un peligro para la infancia, esas mismas mentiras se están repitiendo contra la necesidad urgente de una ley integral para los derechos de las personas trans. Los políticos conservadores han visto que al utilizar estos discursos ganan votos fáciles, pero lo único que están haciendo es traficar con mensajes de odio que hacen muchísimo daño.
La organización Colombia Diversa, con datos del año pasado, pone el dedo en la llaga: solo en 2022, 148 personas LGBT fueron asesinadas. De ellas, las principales víctimas fueron 66 hombres gais y 65 mujeres trans. Esto, sin mencionar los casos de persecución, estigmatización y manipulación que sufren las personas LGBT, especialmente niñas, niños y adolescentes que son aislados en sus colegios, discriminados por sus familias y llevados a una situación de salud mental precaria. Lo que el pánico moral oculta es que cuando triunfa el miedo, cuando se permite que los prejuicios sean política de Estado, ocurren tragedias y las personas LGBT tienen que sufrir en silencio.
Nuestro país tiene, gracias al trabajo juicioso del movimiento social LGBT, una amplia jurisprudencia que protege a las personas LGBT, pero en la práctica sus derechos enfrentan innumerables obstáculos. A sol de hoy, por ejemplo, las notarías inventan procesos burocráticos para torpedear los matrimonios igualitarios. Las personas trans tienen problemas para acceder a servicios básicos del Estado porque, aunque hay una normativa de cambio de documentos oficiales, las trabas persisten. Además, Colombia no está exenta de los discursos ultraconservadores que usan a las personas LGBT y sus derechos como caballito de batalla para enfurecer a los votantes.
Por todo esto, el orgullo sigue siendo necesario. Porque cuando buscan silenciar a una población entera, hacerse sentir en las calles es la mejor manera de exigir que se cumplan las promesas de igualdad de la Constitución.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.