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Razón no le falta al grupo de Colombianos por la Paz en que es preciso explicar, en detalle, los bemoles de las operaciones y su rol en la misión humanitaria. De ahí que la destacada actuación del periodista Daniel Samper Pizano, ejemplo de mesura y buen comportamiento en momentos en que el protagonismo mediático engulló la buena disposición de más de uno —con excepciones como la de Piedad Córdoba, quien contra los pronósticos supo limitar sus ánimos y estuvo a la altura de la tarea que le fue encomendada—, haya virado hacia la denuncia un día después de que las liberaciones llegaron a su fin de manera exitosa.
Empero, obtenido ya el resultado esperado por todos, recabar en los obstáculos no parece lo más recomendable. Más provechoso resulta recoger lo positivo de esta liberación unilateral con cuentagotas que plantearon las Farc y que significa la derrota definitiva de su estrategia perversa de incluir a los civiles en sus secuestros como arma de guerra. Es hora ya de restringir los reclamos y recriminaciones por las fallas, mentiras y omisiones. No conviene encauzar el debate por los caminos de la impugnación; se cerró un capítulo de un libro que sin embargo sigue abierto. Los altercados, las posiciones antagónicas y el arribo de la polarización le hacen un daño irreparable a la posibilidad de la mediación que en buena hora ha emprendido, en medio del desencuentro absoluto de los actores, este grupo de Colombianos por la Paz.
La sociedad debe recoger sin ánimo recriminatorio y de manera positiva los mensajes que algunos de los recién liberados hicieron explícitos en sus intervenciones. Hay operaciones militares que son exitosas, como es el caso de la extraordinaria Operación Jaque, pero la vía de la negociación es menos costosa para la sociedad y menos riesgosa para los secuestrados. Hay que aferrarse, sin ingenuidad eso sí, a cualquier gesto de buena voluntad que puedan ofrecer las Farc, y éstas deben entender que el país está a la espera de un cambio serio y convincente de su parte, que permita abrir caminos inexplorados. Si están haciendo política con los secuestrados, si están necesitados de recuperarse del rechazo absoluto que con su barbarie se han ganado por parte de la población, no hay que temerle a reconocer que junto con sus cálculos se abren espacios para quienes se pudren en la selva a la espera de un acuerdo humanitario o un rescate militar que puede ser tan exitoso como letal.
No faltarán quienes reviren ante esta reivindicación del secuestro como instrumento político y arma de disuasión. Serán los mismos que en más de una ocasión han tildado a quienes aún creen en una salida negociada al conflicto de tontos útiles, cuando no de cómplices y afines a la guerrilla. A todos, decirles que la participación de Brasil, con su destacada discreción, eficacia y capacidad operativa, no fue el producto de la ensoñación de un par de desadaptados y sospechosos idealistas. Fue real, como lo es también la vuelta a casa del agente de policía Wálter José Lozano Guarnizo, los patrulleros policiales Alexis Torres Zapata y Juan Fernando Galicia, el soldado del Ejército William Domínguez, el ex gobernador del Meta Alan Jara y el ex diputado del Valle Sigifredo López.
Abrirles el espacio, aunque fuere a regañadientes, a este grupo de colombianos no alineados en la lógica de la guerra, demostró ser una sabia decisión. Pero la tarea apenas comienza. ¿Por qué no darles una oportunidad de seguir explorando caminos? Vale la pena.