El racismo se aprende y por ende puede combatirse

El Espectador
03 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
El resurgimiento de los movimientos de supremacismo blanco en todo el mundo demuestra que faltan muchas batallas en este sentido. / iStock
El resurgimiento de los movimientos de supremacismo blanco en todo el mundo demuestra que faltan muchas batallas en este sentido. / iStock

La sociedad todavía no ha logrado sacudirse los prejuicios que se inventó para subordinar a ciertos grupos poblacionales. La raza, por ejemplo, sigue siendo para muchas personas un filtro para discriminar desvergonzadamente. No en vano, en Colombia y en el mundo, las personas afros enfrentan muchos más obstáculos para tener vidas dignas.

Sin embargo, hay un motivo de esperanza: la ciencia sigue comprobando que los prejuicios se aprenden, no vienen innatos en las personas.

Desde la década del 50, la categoría de raza cayó en desuso en disciplinas científicas. Desde distintas áreas de estudio (la biología evolutiva y la antropología, por ejemplo), se concluyó, con suficiente ilustración, que se trataba de una categoría social y no natural. En otras palabras, que las características que las sociedades les han asignado a las personas de determinado color no son inherentes a su biología, sino prejuicios construidos con intereses distintos, usualmente relacionados con el sometimiento.

Es así como todos los estudios científicos que justificaban la esclavitud sobre la idea de la inferioridad natural de las personas afros o el colonialismo hablando del hombre europeo como la primera categoría de ser humano, han sido desestimados por mentirosos y amañados.

Ahora, la pregunta en que se han centrado los estudiosos es si esos prejuicios contra lo que identificamos como raza vienen desde el nacimiento o si son aprendidos. Un estudio liderado por la Universidad de Nueva York en colaboración con la Universidad de Ámsterdam concluye de manera contundente que los niños no son racistas.

Según los resultados, publicados en la revista Child Development, el color de piel no es visto por los niños entre cinco y seis años como un determinante en la personalidad. Por el contrario, piensan que lo relevante es el contexto en el que crecen las personas.

Según Sinc Tara M. Mandalaywala, autora del estudio, “hemos medido dos factores que creemos que podrían afectar lo que los niños opinan sobre la raza: la exposición a la diversidad y las creencias de sus padres sobre esta”.

Entonces, los resultados les imponen una responsabilidad enorme al Estado y a los padres de asegurarse de crear ambientes abiertos a la diversidad. Los colegios donde no hay representación de todos los orígenes, por ejemplo, se prestan para el desarrollo de sentimientos sectaristas llenos de prejuicios. Además, si los adultos reproducen las creencias negativas sobre la raza, sus hijos seguirán el mal ejemplo.

Como sociedad tenemos una deuda moral latente con erradicar el racismo. El resurgimiento de los movimientos de supremacismo blanco en todo el mundo demuestra que faltan muchas batallas en este sentido. Colombia, además, parece ajena a esos debates, no en menor medida gracias a la distribución de los colombianos afros en determinadas zonas del país, lo que facilita que se oculten sus problemáticas. Este estudio es un recordatorio: podemos tener una sociedad mejor, pero nos falta mucho trabajo por hacer.

 

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Por El Espectador

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