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Ya era hora. Después de pasar muy cerca del abismo, las unidades de cuidados intensivos (UCI) de varias ciudades del país están abandonando sus tasas alarmantes de ocupación. Medellín tiene 28 % de disponibilidad; Bogotá, un 23 %, y Cali, un 20 %. Barranquilla, que estuvo en riesgo inminente, también ha dado ejemplo nacional de buen comportamiento y medidas útiles. Cúcuta y Bucaramanga, por otro lado, siguen en condiciones preocupantes.
Como resultado de los éxitos en la contención de los peores efectos del coronavirus, las ciudades han hablado de pasar a una nueva etapa. Es lo justo. Las protestas por parte de las agremiaciones de comerciantes, y de varios ciudadanos, venían en aumento. Su lógica era sencilla y cierta: alargar las cuarentenas es darles un golpe de muerte, en medio de un desempleo que está por las nubes y de muchas empresas que tuvieron que cerrar las puertas. Por eso las decisiones anunciadas en Bogotá, Medellín y otras ciudades del país, de reabrir sectores y confiar en el autocuidado de los ciudadanos, nos parecen acertadas y necesarias.
No podemos, sin embargo, descuidarnos. Las tasas de ocupación de las UCI siguen siendo altas, el virus se contagia con facilidad y ahora que ciertas conglomeraciones regresarán (como en el transporte público), es apenas esperable que suban los contagios. Ya varias ciudades de Europa, que reabrieron hace unas semanas, están teniendo que volver a tomar medidas. En Corea del Sur, ejemplo mundial del manejo de la pandemia, un brote en los colegios obligó a cerrarlos. Lo mismo no debería ocurrir en Colombia.
Como dijo Luis Ernesto Gómez, secretario de Gobierno de la Alcaldía de Bogotá, “en esta nueva realidad hay que tener presente que el coronavirus no se ha ido, sigue estando entre nosotros y es una enfermedad mortal, por eso hay que seguirnos cuidando”. Estamos de acuerdo.
Con la apertura selectiva y por días de ciertos sectores económicos vendrá, también, la implementación de rutas domésticas desde Bogotá, y se está discutiendo la apertura de vuelos internacionales desde Medellín. Es decir, llegó el momento del reto más grande para los protocolos de bioseguridad: ¿seremos capaces de evitar que estas situaciones, que implican riesgo, nos lleven a una segunda ola de contagios?
Hay sectores que siguen agonizando. La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, dijo que “había que darle prelación a la educación o a los bares”. En cuanto a cines, teatros e iglesias, dijo que “estos son sectores que, por su naturaleza, se realizan en recintos cerrados y poco ventilados, por lo que no podemos autorizarlos por ahora. Todavía hay mucho riesgo”. Si bien eso es entendible, también es preocupante ver cómo muchos emprendimientos en el sector cultural están viendo el trabajo de años perdidos por no poder tener un público. Haría bien el Distrito en priorizar el trabajo con ellos para darles un salvavidas. Los bogotanos y los colombianos necesitan esos lugares de encuentro.
Ahora la responsabilidad queda en cada ciudadano. El uso del tapabocas y el respeto por la distancia social son innegociables. ¿Nos comportaremos como es debido? Cuidemos a los demás al cuidarnos a nosotros.
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