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En El Salvador murió la democracia

El Espectador

02 de agosto de 2025 - 12:05 a. m.
La medida, sobre la cual se había especulado, hunde a El Salvador en un laberinto del cual no le será fácil salir.
Foto: EFE - Rodrigo Sura

Nayib Bukele, dentro de su deriva autoritaria, asestó el jueves anterior el último golpe a la maltrecha democracia salvadoreña luego de que la Asamblea Legislativa (AL), que controla a su antojo, aprobara una reforma constitucional que le permite reelegirse de forma indefinida. Sigue así la senda de autócratas populistas como Nicolás Maduro y Daniel Ortega, de hacerse elegir de manera democrática e ir pavimentando una dictadura, apoyado en altos niveles de popularidad. La medida, sobre la cual se había especulado, hunde a El Salvador en un laberinto del cual no le será fácil salir.

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La reelección indefinida, de quien se define como un “dictador cool”, contó con el voto de 57 diputados de la bancada oficialista, con tres votos en contra de los únicos opositores. Para las elecciones de junio de 2027 el período presidencial pasa de cinco a seis años y la Presidencia se ganará por mayoría, derogando la segunda vuelta. Su actual mandato, que comenzó el pasado 1 de junio, ya había sido denunciado como ilegal. No en vano la diputada opositora Marcela Villatoro mencionó tras la votación que los diputados oficialistas habían “hecho una confesión pública de matar la democracia disfrazada de legalidad. Esta es la crónica de una muerte anunciada que lleva varios años fabricándose en esta Asamblea Legislativa”. Tiene toda la razón.

El primer síntoma del carácter autoritario de Bukele se presentó el 9 de febrero de 2020 cuando irrumpió en la Asamblea, acompañado de miembros del ejército fuertemente armados, para exigir que le aprobaran préstamos para su plan de seguridad. Desde entonces todas sus acciones estuvieron encaminadas a controlar la AL y la Corte Suprema de Justicia. ⁠

En 2021 sus diputados adquirieron la mayoría en el Parlamento. Esa Asamblea destituyó a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) que se habían opuesto legalmente a las aspiraciones autoritarias de Bukele. En mayo del mismo año, se instaló una nueva CSJ a su medida que interpretó la Constitución a su antojo abriéndole el camino a la reelección. Los diputados pasaron a ser 60, y se eliminó la ratificación por una segunda legislatura de las reformas constitucionales.

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Todo lo anterior en un ambiente en el cual los electores aprueban mayoritariamente la significativa reducción de la violencia y el crimen organizado, con el encarcelamiento de los integrantes de las llamadas Maras. Lo anterior, con denuncias de organismos y grupos de derechos humanos al afirmar que, de las 75.000 personas detenidas en virtud de las medidas de excepción, que se han prorrogado en el tiempo, miles lo han sido arbitrariamente, no se les garantiza el debido proceso y se encuentran internadas en una mega cárcel, el Centro de Confinamiento del Terrorismo, CECOT. Amnistía Internacional criticó el “reemplazo gradual de la violencia de las pandillas por la violencia estatal”.

De igual manera ha habido una abierta persecución política por parte del régimen a la libertad de expresión, que ha llevado a que los únicos medios críticos del país, entre ellos El Faro, hayan tenido que huir del país y operar desde Costa Rica. Lo mismo ha sucedido con las ONG, entre ellas Cristosal, así como importantes defensores de derechos humanos, que también han tenido que abandonar el país ante la presión gubernamental.

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Nayib Bukele maneja la AL, el poder judicial, las Fuerzas Armadas, los organismos de control, y ha forzado a los periodistas independientes, defensores de derechos humanos y a sus opositores al exilio. Juanita Goebertus, directora de Human Rights Watch (HRW), había dicho que la reelección presidencial indefinida en El Salvador recorría “el mismo camino que Venezuela”. Carolina Jiménez, directora de Wola, mencionó que “la reelección indefinida y la ampliación de períodos presidenciales (…) ya lo propusieron e implementaron países con gobiernos autoritarios como Venezuela y Nicaragua”. La democracia salvadoreña ha muerto.

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