Es cruel obstaculizar la eutanasia

El Espectador
10 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.
Quienes se oponen a la eutanasia están siendo cómplices del sufrimiento de los enfermos. / Foto de referencia: Pixabay
Quienes se oponen a la eutanasia están siendo cómplices del sufrimiento de los enfermos. / Foto de referencia: Pixabay

Lejos de radicalismos, prejuicios, mentiras e inexactitudes médicas, el debate sobre la eutanasia se reduce a un tema de empatía. Quienes se oponen de manera férrea a la reglamentación de la muerte digna lo hacen ignorando las voces de quienes, desde sus enfermedades terminales y sufrimientos innecesarios, han pedido que por favor se utilice la ciencia para permitirles terminar sus vidas bajo sus propios términos. Cada día que el Congreso y las autoridades se oponen a facilitar estos tratamientos, están condenando a personas, incluyendo a menores de edad, a padecer situaciones inhumanas. Por mantenerse atrincherados en el absolutismo no están viendo que la sociedad podría ser mucho más compasiva en casos que, de por sí, no son fáciles para quienes los viven y sus familiares.

Después de una histórica aprobación en primer debate en la Cámara de Representantes, un proyecto que buscaba reglamentar la eutanasia en Colombia se hundió en la plenaria. El Partido Conservador, el Centro Democrático y algunos representantes de Cambio Radical y de la U llevaron a que la votación quedara 71 votos contra 69, a favor del archivo. Con esto, no solo desconocieron las sentencias de la Corte Constitucional, sino que siguieron promoviendo el prejuicio contra la eutanasia y los pacientes que la han solicitado en Colombia.

Esto no significa, por cierto, que la eutanasia sea ilegal en el país. Tanto la Corte Constitucional como el Ministerio de Salud han dado pautas que deben ser seguidas por los prestadores de servicios médicos en todo el territorio nacional. Sin embargo, en ausencia de una ley desde el Congreso, sumado al estigma que la muerte digna sigue teniendo en Colombia, es de esperar que las solicitudes se sigan asfixiando en burocracias indignas que, en últimas, solo causan más dolor.

No deja de ser paradójico: por resguardar una noción maniquea de “la santidad de la vida”, quienes se oponen a la eutanasia están siendo cómplices del sufrimiento de los enfermos terminales. Eso nos parece un actuar cruel e injustificado.

Acercarse a los argumentos en contra de la eutanasia es, necesariamente, chocarse con los puntos ciegos de quienes se aferran a la doctrina religiosa como única motivación. Esta semana en España, por ejemplo, la Conferencia Episcopal Española (CEE) presentó un documento de 70 páginas en el que pide que se “elimine el dolor, no a las personas”. En él, argumentan, están dispuestos a respaldar la sedación, incluso si es profunda, a cambio de que no se permita la muerte digna. Es decir, no importa que la persona no esté consciente, o esté del todo limitada, siempre y cuando conserve los signos vitales. ¿Qué tipo de vida es esa?

La eutanasia no es obligatoria. Si alguien desea enfrentar su enfermedad terminal y los dolores que ella conlleva, está en todo su derecho de hacerlo. Pero las personas también debemos tener la posibilidad de elegir cuándo el dolor es demasiado abrumador; cuándo la vida ya no es vida, sino simple martirio. Es eso, y nada más que eso, lo que han pedido varios colombianos a lo largo de los años: que se les permita ahorrarse el largo, inútil e insensato proceso de alargar tratamientos que necesariamente van a terminar en la muerte. ¿No podemos empatizar con ese deseo? ¿No merecemos un Estado más humano?

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