Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Experimento cívico

Hace ya un tiempo, en la Bogotá gobernada por el exalcalde Antanas Mockus (primera gestión), se implementó la que se conoció popularmente como “la ley zanahoria”: una medida que acortaba las horas que los bogotanos podían dedicar a la fiesta los fines de semana en los establecimientos públicos de la capital. Algo a lo que los ciudadanos no estaban acostumbrados y sobre lo que sociedad y concejales levantaron una consecuente protesta. El entonces alcalde se mantuvo firme en su decisión y justificó la medida en las cifras redondas que le entregaban las autoridades policiales: disminución en las riñas, en los homicidios, en los accidentes de tránsito. La medida funcionó en la práctica y ya hubo un momento para que El Espectador se pronunciara desde este espacio.  

Redacción Editorial

14 de julio de 2014 - 11:45 p. m.
PUBLICIDAD

Sin embargo, a pesar de su eficacia, esta casa editorial piensa de una forma distinta: es difícil que normas de esta índole no rindan un provecho práctico y resultados para mostrar. Restringir las libertades siempre va a generar resultados positivos en la disminución de conductas desviadas que el derecho quiera eliminar. Pero eso cuesta. Y si bien en su momento la disposición parecía útil (necesaria, incluso) hoy ya se nos hace pasada de moda: la Bogotá de hoy —la Colombia de hoy, también— atraviesa un momento diferente con una ciudadanía distinta. Es por eso que levantamos críticas frente a la recientemente implementada ley seca los días de los partidos en que jugaba la selección nacional: hay que incentivar a la ciudadanía a comportarse de manera civilizada con políticas públicas menos restrictivas. Y, al contrario de lo que una primera impresión deductiva podría sugerir, ampliar las horas de fiesta abre un abanico de posibilidades para que las personas se comporten mejor: es un rasero, una forma de ver las cosas, una salida para entender el fenómeno.

Y así fue en las jornadas piloto que se desarrollaron en Bogotá a instancias de la Administración Distrital. Por ejemplo, de esos experimentos, quedó claro que las personas no son tan madrugadoras como se creía: en varias zonas conocidas por ser de fiesta extendida (Galerías, el Parque de la 93, Chapinero) las discotecas abiertas legalmente estaban vacías lejos aún de la madrugada. La medida, además, permite levantar las preguntas (y ojalá prontas respuestas) para adelantar políticas públicas adecuadas: ¿y el sistema de transporte, cómo garantizarlo? ¿Y la seguridad y la vigilancia, cómo hacerlas eficientes? ¿Y los planes de evacuación, cómo implementarlos? Estos son, entre muchos otros, los asuntos y ajustes que el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, debió haber pensado de manera concreta para echar a andar un plan a largo plazo.

Read more!

De esta forma no es poco lo que se consigue: es dar la libertad, la capacidad plena, para que los ciudadanos puedan tener espacios de cohesión social sin maltratarse unos a otros. Y a pesar de que estos pilotos dejaron un saldo de riñas alto, el balance en términos de seguridad fue positivo. Hay que continuar.

Es la posible puerta abierta a una ciudad más moderna (en este sentido) y, si funciona, a un país entero que se destaque por su civismo. Llegó la hora de dar el salto decisivo. Poco a poco, sí, pero con la contundencia necesaria. Lejos estamos ya de la ciudadanía de hace 20 años. Vamos a ver si somos capaces de prender las luces una noche entera y comportarnos de una manera civilizada. La segunda década del siglo XXI es tarde, sí, pero no tanto. Es posible.

Read more!

Por Redacción Editorial

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.