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El video fue presentado en el Encuentro por la Paz celebrado en Barrancabermeja el pasado fin de semana. De sus palabras puede sacarse una conclusión categórica: el máximo comandante de las Farc quiere una solución negociada y pacífica al conflicto. Pero, puestas sus declaraciones dentro del contexto político actual, más parecen cantos de sirenas que el reflejo de su verdadera intención.
Empezando desde la imagen: un Cano adornado de municiones, arandelas y bolsillos militares que no demuestra un propósito, ni real ni muy claro, de cesar el disparo de las armas. Pero además están sus acciones: la agresión guerrillera continúa, los secuestros no paran, los ataques indiscriminados contra la población civil no dejan un respiro en medio de la incesante guerra. En este punto coinciden todos los expertos. Incluso aquellos parados en orillas ideológicas distintas, desde Alfredo Rangel, de la Fundación Seguridad y Democracia, hasta León Valencia, director de Nuevo Arcoíris. Todos dicen, a grandes rasgos, lo mismo: no hay muestras de buena voluntad.
Tal vez el video de Cano hablando en un tono pacifista y conciliador sea lo único que se vislumbre como una vía recta hacia el diálogo. Lamentablemente no es así. El resto de sus actos parecen contradecir en todo esas palabras que, en unos pocos segundos, parecen de esperanza. Incluso un comunicado que soporta la declaración, escrito también por el comandante, dice que el presidente Santos ha incumplido las promesas que hizo al iniciar su mandato. ¿Cuáles promesas en específico? No se sabe. La guerrilla lleva mucho tiempo desgastándose a sí misma repitiendo ese discurso. No importa qué gobierno sea, siempre manifiesta una inexistencia de condiciones adecuadas.
Hoy lo dicen como haciéndose los sordos frente a las señales del mismo presidente Santos, quien ha asegurado que la puerta del diálogo no está cerrada y la llave, guardada en su bolsillo, será usada cuando se libere a todos los secuestrados. Eso mismo lleva pidiendo la ciudadanía hace décadas, con el fin de que, después de tanto sufrimiento, pueda haber una ruta sincera hacia la paz.
Pero no pasa. Las Farc no parecen vivir en el mismo país de 2011 en el que estamos los demás colombianos, sino en aquel mito fundacional de Marquetalia que le ha costado al país —por errores de ambos bandos, es verdad— cincuenta años de sangre. Todo parecería indicar que para ellos el ambiente no ha cambiado nunca: ni con la Constitución del 91, ni con los diálogos frustrados del Caguán, ni, ahora, con la promisoria ley de víctimas y restitución de tierras o con esta puerta semiabierta del presidente Santos.
Faltan hechos para creer en las pausadas y aparentemente bien ponderadas palabras de Cano. Es cierto que el diálogo es una ruta deseable si en verdad existiera el propósito de seguirla para acabar tantos años de guerra. Sin embargo, estas palabras lanzadas al aire sin un cambio en los hechos para que puedan ser creíbles, más bien parecerían reflejar un temor de las Farc a ser derrotadas militarmente. Lo que les falta a las Farc es una intención real, una actitud que vaya más allá de las palabras, una vuelta a la hoja para empezar a tragarse el orgullo y el miedo condescendiente, y así poder encontrar esa llave que Santos guarda en el bolsillo. Si no, la guerra continuará. Y sus opciones de influir o incluso sobrevivir serán cada vez más escasas.