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Hemos visto caminar por las calles cartageneras a escritores de talla mundial, que están listos para responder preguntas, para dar conferencias, para firmar sus libros. El evento tiene una talla tal que durante esta semana dan ganas de hablar exclusivamente de literatura: lo que ese acto humano significa para una sociedad como la nuestra, para la construcción de un relato colectivo, para el aprendizaje constante de la ciudadanía.
Una crítica que se había levantado contra el Hay Festival en el pasado era que se encerraba mucho tras las murallas de Cartagena. Pero eso ha cambiado gradualmente: el evento se desplaza de ciudad en ciudad, trazando un mapa un poco más amplio que al que estábamos acostumbrados. Riohacha, Aracataca, Medellín, Cartagena. Cada uno de estos lugares tendrá eventos que redundarán en una difusión de la cultura general.
Así piensa, al menos, Weildler Guerra, director del Banco de la República de Riohacha: “El Hay Festival es lo mejor que le pudo haber pasado a La Guajira y a Riohacha en términos de lo cultural. Ha formado público tanto a nivel infantil como a nivel general. Hoy en día, Riohacha y La Guajira ocupan un lugar en el mapa del Hay Festival, que es un mapa mundialmente reconocido”. Eso no es poco. Eso de que los actos culturales tengan cabida en puntos distintos a la capital es fundamental. Sobre todo cuando se trata de un episodio de alto nivel.
Juan Villoro, de México, habló en Medellín sobre la violencia del fútbol, en compañía de los miembros de las barras organizadas de los dos equipos de la ciudad; también hubo un homenaje a Gabriel García Márquez en Aracataca, “Regreso a Macondo”, sobre la infancia del escritor que murió el año pasado y cuya obra sigue siendo pertinente para el entendimiento de un país como este; estará el periodista Jon Lee Anderson hablando con la cronista argentina Leila Guerriero, Álvaro Tirado Mejía y Alejandro Santos; y, claro, el invitado principal es el premio nobel Jean-Marie Gustave Le Clézio, autor de 50 obras literarias, entre las que se cuentan magníficas novelas modernas como El africano.
Que ruede, entonces, el Hay Festival, con todos los invitados que tiene (incluidos los gestores de paz, los políticos, los artistas, los músicos). Todo esto debe servir como un insumo general hacia los escritores y periodistas colombianos que están contando las historias de un país. Debe servir, asimismo, para que la literatura sirva de excusa y de plataforma para la consecución de un país distinto, donde la cultura prime y se meta de frente en los principales debates nacionales.
Mucho es lo que puede aprenderse durante estos días en el marco de un evento que está pensado para impulsar el oficio de la literatura, pero que puede redundar en ampliar el limitado horizonte con el que nosotros vemos y juzgamos la realidad. Un aplauso de bienvenida, entonces.
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