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Las elecciones del Congreso, sobre todo, no pueden verse como un asunto menor: es el órgano Legislativo que finalmente aprobará los proyectos de ley, que hará el control político y que adelantará los debates pertinentes que le interesan a la sociedad. No es poco. Salud, educación, sistema judicial, proceso de paz, todo, en esencia, pasa primero por sus manos.
Pese a tamaña importancia, la ciudadanía es en extremo apática, y esta vez se siente más. No le da prelación a su responsabilidad como miembro de una sociedad que requiere de su participación, y es perezosa a la hora de investigar de una forma juiciosa y consciente quiénes son los candidatos y cuál es la mejor manera de distribuir el voto. Y, así, se repite la historia de siempre: la abstención gana y los votos restantes terminan siendo los heredados de maquinarias en las regiones, los de los mismos políticos de siempre (esos de los que la ciudadanía se queja y se queja) o de quienes traicionan a la democracia y desbordan los topes de financiación. El voto de opinión termina ganando algunas curules. No muchas. No tantas como se espera de una democracia moderna.
Es inconcebible intuir desde hoy mismo, con seguridad de acertar, que esto habrá de suceder otra vez: ¿dónde habrá quedado, nos preguntamos, esa indignación social que se manifestó en múltiples paros a lo largo del año pasado? ¿Se esfuma cuando llega el momento de votar, de hacer parte de las decisiones? ¿Se prefiere el abstencionismo masivo al voto informado? Imposible. Esperamos mucho más de una ciudadanía que se nota preocupada por su futuro.
El Espectador tiene por norma no adherir a candidatos ni sugerir por quién votar. Esta no será la excepción, porque concebimos el voto como un acto de íntima libertad y autonomía. Pero sí podemos hacer un llamado a que escojan bien. A que hagan la tarea. Porque, no sobra decirlo, dentro de un panorama en el que 131 aspirantes al Congreso —como informó la Fundación Paz y Reconciliación— tendrían algún tipo de vínculo con la ilegalidad, donde muchos aprovechan el caudal político heredado de caciques regionales o donde algunos compran votos o fuerzan al elector, también, insistimos, hay de dónde escoger. Sí hay candidatos decentes que pueden sacar la cara por este país. Y eso es importante. Así se honra la institucionalidad.
El voto en blanco, una opción que hemos promovido desde este espacio por su fuerza decisoria, hoy sería inútil, antes bien, contraproducente. De ganar, terminaría sacando del tablero de juego a quienes no superen el umbral y repitiendo la elección con los que lo superen, es decir, con los mismos que siempre ganan.
¿Hay otra forma de condensar la indignación? Claro que sí: cada persona puede tomarse el trabajo de leer hojas de vida, saber sobre los conflictos en los territorios, entender quién es un candidato decente o al menos distinto. O cuál es uno tradicional que cumpla con sus expectativas de representación.
La información está al alcance, en los medios de comunicación y en diversas alternativas: Congreso Visible, que ha hecho un trabajo juicioso creando un mapa de quiénes son los candidatos. La Misión de Observación Electoral, que reporta sobre las irregularidades que rondan las elecciones. La Fundación para la Paz y la Reconciliación, con datos concretos sobre cómo el conflicto armado, y sus mil cabezas, afecta el desarrollo de campañas limpias. O Transparencia por Colombia, con casos de corrupción y relaciones de las campañas y los gastos. Todo al alcance de la mano.
Las votaciones se cierran hoy a las 4:00 de la tarde. Aún hay tiempo de asumir la responsabilidad. ¿Seremos capaces de hacer la tarea, y de hacerla bien?