Nicolás Maduro está aprovechando el tiempo que gana gracias a la división internacional para afianzarse en el poder. Ya van tres semanas desde las elecciones presidenciales en Venezuela que dejaron serias dudas sobre la ocurrencia de un fraude y parecemos estar aún lejos de una solución que reconozca la voluntad popular. El gobierno de Maduro no ha querido presentar las actas electorales, mientras que los observadores internacionales insisten en que hubo irregularidades insalvables. El grupo de Brasil, Colombia y México se desarma, la persecución dentro del país vecino a la protesta y la oposición empeora, y el tiempo se agota.
Con este sombrío panorama es válido que se hayan abierto opciones de interlocución con el gobierno, por parte de Lula da Silva, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador, por su cercanía ideológica. Pero estas semanas demuestran que Maduro tenía clara su estrategia desde hace más de un año: aceptar diálogos, ir a elecciones, llenar el proceso de opacidad y permitir que el órgano electoral lo entronizara. Para dar cierto tinte de legitimidad, acudió ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), en su Sala Electoral, para que verifique las actas. Con un problema: ese órgano también es controlado por el chavismo. Contrasta la falta de transparencia con lo que hizo la oposición, que publicó sus actas en internet y les dio acceso a múltiples organizaciones autónomas.
Entonces, ¿qué harán Colombia, Brasil y México? El grupo tripartito se ha ido debilitando en estos últimos días. El presidente mexicano dijo que esperará la decisión del TSJ, lo que en la práctica señala una complicidad con el régimen Maduro. Mientras tanto, Da Silva y Petro, cuyos cancilleres se reunieron esta semana en Bogotá, buscan alternativas viables ante la no presentación de las actas. De hacerlo, el régimen tendría que aceptar su derrota. Ahora han planteado la realización de otras elecciones o una suerte de Frente Nacional, pero son ideas sin mucho fondo que han sido rechazadas tanto por el madurismo como por la oposición.
Lula da Silva, en particular, se muestra exhausto con las trampas de Maduro. “Venezuela vive un régimen muy desagradable (…) es un gobierno con sesgo autoritario”. El líder del vecino país, mientras tanto, le envió una poco disimulada amenaza al presidente Petro, al decir que “jamás voy a dar opiniones de qué debe hacer Colombia para superar la guerra que está terrible”. Todo parece indicar que se agotan las avenidas diplomáticas y la crisis sigue empeorando.
Ayer estaban convocadas manifestaciones pacíficas en toda Venezuela, y en distintos lugares del mundo, lideradas por María Corina Machado. Están en su legítimo derecho y deben continuar pronunciándose ante este nuevo atropello de la dictadura, a pesar del miedo y la represión reinantes. La excesiva permisividad con el régimen, ante tantas evidencias de su negativa a reconocer el triunfo de Edmundo González, debe acabar. ¿Qué habría sucedido si, en vez de Maduro, esto lo hubiera hecho Augusto Pinochet?
Tal vez es momento de un discurso más vehemente. Si Brasil y Colombia son inequívocos en sus posturas sobre lo que ocurrió en Venezuela, el régimen se queda sin aire. La democracia está en juego. Lo dijo el presidente Da Silva: “Maduro sabe que le debe una explicación al mundo”.
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