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La intolerancia que mata

Poco en Colombia se ha estudiado la psicología colectiva más dominante entre sus ciudadanos: el odio que se tienen unos y otros. No sabemos de dónde proviene, ni por qué se genera, ni qué factores lo impulsan.

El Espectador

12 de marzo de 2015 - 08:45 p. m.
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El domingo pasado, por ejemplo, justo cuando terminaba la gran Marcha por la Vida (por la tolerancia, por el respeto), Juan Sebastián Toro, un joven motociclista que ha participado en el famoso Rally Dakar, mató de un balazo a un perro llamado Príncipe, luego de sostener una acalorada discusión con sus dueños en el norte de Bogotá por un simple inconveniente de tránsito. Un acto salvaje, por decir lo menos: un acto que la sociedad, como ya empezó a suceder, debe reprochar con la más estricta de las sanciones sociales.

Pese a que la revolución de las redes ha permitido que la indignación colectiva se manifieste de forma rápida, se nos sigue antojando inconcebible que, pese a ella, este tipo de conductas persistan con tanta cotidianidad. A cualquier salvaje se le hace normal (al menos al calor del momento) dispararle a un animal. O a otra persona, ¿por qué no, si a la mano está el arma para “hacerse respetar”?

¿Hasta cuándo tendremos que informar sobre este tipo de hechos? Decíamos en el editorial del domingo pasado que la intolerancia tenía unos límites bien claros dentro de la convivencia. Este irrespeto a la vida de un animal pasa esa raya tácita que deberíamos tener muy clara, metida en nuestra mente. No nos cabe en la cabeza cómo alguien puede usar su arma de fuego contra una mascota. Un exabrupto. Y lo es no solamente por el nivel de la respuesta, a todas luces desproporcionado, sino por el medio utilizado: un arma poderosa y letal en las manos de un ciudadano cualquiera. Esta vez el señor Toro nos enseñó que hay un nivel más alto que el “usted no sabe quién soy yo” para imponerse. Lamentable.

Todo esto se da, por supuesto, por el odio mutuo que se tienen los ciudadanos cuando son desconocidos. Esa camaradería de la que hacemos gala los colombianos (como un activo para vender hacia el exterior, incluso) se diluye en segundos con estas salidas que son tan frecuentes: ¿esa es nuestra esencia verdadera? Tal parece que eso somos: unas personas llenas de ira que pueden estallar en cualquier momento ante el más mínimo desencuentro. ¿No lo vemos en las calles? ¿No lo vemos cuando conducimos nuestro auto, nuestra moto, nuestra bicicleta? ¿No lo vemos en las riñas en bares o estadios? Es una lástima, ya entrados en el siglo XXI, tener que oír que un hombre relativamente famoso (para muchos, modelo a seguir) mate a un animal a sangre fría porque el dueño de la mascota tuvo una confrontación verbal con él o le dio golpes con la mano a su carro. Eso muestra muy poco respeto por el otro.

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Ahí escuchamos las declaraciones de Toro en Blu Radio cuando la tormenta mediática empezó a bombardearlo: que es un amante de los animales, que disparó “desafortunadamente” contra el perro, que se defendió de la situación, que no se enorgullece de lo sucedido. Lágrimas de cocodrilo: ¿por qué no pensó en todo esto a la hora de apretar el gatillo? ¿Cuántos armados más tenemos por las calles colombianas, dispuestos a usar sus herramientas letales de poder?

La sanción de sus patrocinadores ha sido oportuna y justa. Pero, por favor, no nos quedemos en la indignación pasajera con este único caso: algo hay que hacer en nuestros entornos para que noticias como estas no se repitan. Ya paremos de odiarnos tanto. Comencemos, pues, por revisarnos uno por uno.

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¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com. 

Por El Espectador

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